Opinión
Escuela monolingüe
Nadie imagina una manifestación en una gran ciudad británica o francesa para reclamar que el inglés o el francés, respectivamente, tengan la consideración de lengua vehicular en las escuelas de una parte de su territorio nacional. Lo que sucedió ayer en Barcelona es la anormalidad lingüística y legal que se vive en Cataluña; es decir, que se tengan que manifestar padres y docentes para reclamar, no ya una coexistencia de la lengua oficial del Estado al 50% como siempre se había afirmado, en aras de un bilingüismo convivencial y cordial, sino una presencia del 25% en el sistema educativo público.
Por si ello fuera poco, se hace desobedeciendo lo que ha dictaminado la Justicia, con instrucciones precisas por parte de la Administración de la Generalitat a los directores de los centros escolares, haciéndoles cooperadores necesarios de una ilegalidad. Recordemos que la desobediencia proviene de un Gobierno formado por dos partidos cuyos dirigentes han sido indultados de sus condenas por los graves delitos cometidos en el ejercicio de sus responsabilidades públicas, y que con sus palabras y sus obras afirman querer reincidir.
Por ello, al analizar este atropello lingüístico no podemos olvidar que estamos hablando de una lengua –la catalana– y una causa –su imposición en la escuela– utilizadas como un ariete al servicio del independentismo político, que ha dado pruebas sobradas de intentar conseguirlo por la fuerza, sin respeto ninguno por el orden constitucional. Es este un factor sin el que no es fácil comprender lo que sucede, si además tenemos en cuenta que el castellano –o español– que se trata de arrinconar en la escuela, es una lengua hablada por más de 500 millones de personas en el mundo, y que tiene tal vitalidad que incluso en los EEUU sobrevive y crece ante el inglés. Todo ello aconsejaría fomentar un bilingüismo cordial para proteger el catalán y asegurar una fructífera convivencia lingüística y social, pero no lo absurdo de intentar excluir al castellano, idioma pujante sin discusión, y cuyo conocimiento en un mundo global constituye un patrimonio personal a cultivar.
Es todo tan surrealista que desde una perspectiva de mera razonabilidad no parece tener respuesta aparente. Por ello se hace necesario introducir en ese sinsentido algún elemento que ayude a explicarlo, y no es difícil encontrar la respuesta en un nombre, Pedro Sánchez. El presidente del Gobierno de España es su rehén gracias a los votos de quienes promueven ese apartheid lingüístico de la lengua española oficial del Estado en la escuela, que ellos desean monolingüe. Para alcanzar en una generación la masa crítica necesaria para volverlo a intentar. Con Sánchez al frente.
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