Política

El cortijo

La razón de fondo es la misma de siempre: vienen tiempos que exigen lealtades

Cae otro presidente de Radio Televisión Española. Uno más. Uno menos. Es una auténtica incineradora este puesto de jefe de la tele y la radio pública. Aquí lo público adquiere la más extrema condición de privado que uno puede contemplar en los medios de comunicación. Si la sanidad pública aspira a ser la de todos y atender a todos y la educación pública el imposible de llevar la calidad educativa a todos, los medios de comunicación públicos son un auténtico cortijo de los gobiernos de turno. De todos los gobiernos de turno, aquí sí que manda el consenso. Dadme a mí los telediarios y quedaos vosotros con lo demás, decía hace años un insigne ex vicepresidente que ahora de tertuliano sigue defendiendo que lo público es el campo de acción de la propaganda gubernamental. Cuando ganan las elecciones autonómicas o generales les falta tiempo –a todos, repito, sin excepción– para tomar posesión de las teles oficiales y convertirlas en terminal propia. Lo que tendría que ser un medio de todos los ciudadanos es siempre un medio de todos los gobiernos. Solo hubo una excepción notable e irrepetible, que fue cuando el gobierno de Zapatero pactó –Rubalcaba con Zaplana– el cambio de ley que modificó el carácter de ente público por corporación pública y el sistema de elección por tres quintos en lugar de mayoría simple. Con eso no sólo se cambió la gestión de RTVE sino, lo que fue mucho más importante, eficaz y democrático, que se obligó a que el nombre del presidente de la corporación saliera de un consenso entre partidos. Aquello, que procuró a la tele y la radio públicas respeto, prestigio y audiencia, duró apenas un lustro: aguantó bastante el gobierno pero al final cedió a las presiones del partido y la UGT y decidió empezar a liquidar la rtve independiente por la vía de privarle de la publicidad. Después, el PP completó el trabajo cambiando el sistema de elección de presidente para volver a la mayoría simple y, con ella, al control directo y al mangoneo.

Y así estamos ahora. Un cese más. Otro cambio en ciernes. Poca broma en año electoral. Dicen en la casa que había razones profesionales de peso para cargarse a Tornero, que no terminó de conectar, que no fue capaz de hacer suya la gestión de la incineradora, pero me malicio que la razón de fondo es la misma de siempre: vienen tiempos que exigen lealtades.

Hay, con todo, una esperanza y está dentro. La mayoría de los profesionales de la casa está harta de este vaivén de cambios incesantes e interesados. Hay reductos en la radio pública –parece como si les importase menos, deslumbra más la tele– en los que se trabaja con rigor y ambición profesional con sentido de lo público y cierta esperanza de poder seguir haciéndolo. Les dejan en paz.

Alguien les tendría que explicar a estos políticos del control tosco y el sectarismo mediático que la libertad es mucho más efectiva, que sirve a lo público con más eficacia; que la crítica ennoblece a quien la acepta, que confrontar y discutir da prestigio a quien lo hace entre los espectadores. La mejor etapa de la radiotelevisión pública fue la de libertad y respeto profesional. Subió de audiencia y consideración. Hasta los mensajes políticos calan más si se transmiten desde la pluralidad y el verdadero debate.

Pero, claro, a éstos no les vas a convencer de que el aire fresco entra con la puerta abierta. No van a soltar las llaves del cortijo.