Presupuestos Generales del Estado
Quién sabe
Quizá el consenso partidario para diseñar los planes de los próximos meses debiera buscarse entre adversarios. Más que nada para amarrar al país ante lo que puede venir
No sé si los presupuestos que ayer puso a andar el Gobierno son los que mejor van a atender a lo que viene. A parar a lo que viene. Lo dudo, pero quizá me equivoque.
Intuyo, en todo caso, que pasar de la ideología a la gestión, de lo que uno piensa que es el mundo a lo que el mundo necesita, de la buena intención a la gestión eficaz, requiere un camino para el que se necesita algo más que un mapa. Ayer el Gobierno presentó el suyo. Hay una carretera principal, que es la del aumento del gasto, teniendo en cuenta las ayudas europeas, hasta los 486.000 millones de euros, de los cuales 266.000 tienen el compromiso de gasto social, que aumentaría en un diez por ciento, la mayor parte en cubrir la subida de las pensiones en un 8,5 para el año que viene. Más para quien más lo necesita. Eso propone el mapa. Hay también un cálculo de ingresos que estaría, entre los impuestos y los no tributarios, en los 307.000 millones. Eso teniendo en cuenta que el año que viene el crecimiento no superaría el 2,1 por ciento del Producto Interior Bruto. También sobre el papel.
Partiendo de sus coordenadas, de sus caminos y recovecos, empieza un viaje en el que todos estamos embarcados. Los presupuestos marcan la línea de actuación de cualquier gobierno. Son ideológicos, claro que sí. No hace el mismo diseño un gobierno de izquierdas que uno de derechas, porque sobre esas cuentas se despliegan sus políticas. Es verdad que a veces esas diferencias no son tan palpables, pero en esta ocasión, pese a las concesiones que ha tenido que hacer Podemos, está claro que son el mapa de un recorrido por lo que tradicionalmente se llama política de izquierdas. Sube Defensa, sí, un porcentaje alto, pero la defensa no es privativa de un lado o de otro por mucho que los populistas de más allá del PSOE miren de reojo a todo lo que lleve uniforme. Son la mini reforma fiscal y los compromisos de acción e inversión del Estado los que apuntan en esa dirección. No me refiero a lo social que tampoco se me antoja privativo de la izquierda, sino al aumento del gasto público como eje identitario de este mapa político y esa subida de impuestos discutida y discutible en momentos como este.
Desde el punto de vista de la coherencia de gobierno quizá sean los mejores presupuestos posibles. Hasta se podía conceder a Podemos la cintura política de haber renunciado a principios propios y más radicales para conseguir sacar adelante este plan. Pero me sigue rondando la duda de si son los más eficaces para el tiempo que viene.
Lo que tenemos por delante es una crisis que ya le ha dado la vuelta a todas las previsiones de los últimos meses. Incluso a las más pesimistas. Una crisis que podría no haber alcanzado aún su punto más feroz, más devastador, más irreversible.
Quizá, pero esto es sólo la impresión de un observador lego en economía, una crisis que habría requerido algo más de generosa renuncia por todos.
Quizá el consenso partidario para diseñar los planes de los próximos meses debiera buscarse entre adversarios. Más que nada para amarrar al país ante lo que puede venir. Que quizá no sea tan positivo como lo que hoy celebra el Gobierno. Pero es posible que me equivoque. Quién sabe.
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