Pedro Sánchez
El diluvio y el camino hacia el peronismo
«Sánchez cree –o hace creer– que puede volver a ganar las elecciones y gastará lo que sea para trajinar voluntades»
Luis XV (1710-1774), rey de Francia, popular sobre todo por sus amantes madame Pompadour y la condesa du Barry, intuyó el cambio de los tiempos –la Revolución de 1789– y siempre se le ha atribuido aquello de «después de mí, el diluvio». Juan Domingo Perón (1895-1974), deslumbrado en su época italiana por Mussolini y que pasó largos años en España bajo el paraguas franquista, subvencionó tan generosa como ampliamente a sus votantes para alcanzar el poder y mantenerse en él. Inauguró, con su mujer Evita a su lado, una política que marcó el inicio del declive económico de Argentina, que pasó de ser una de las sociedades más prósperas en el primer tercio del siglo XX a un país con problemas y penurias permanentes desde entonces.
El Gobierno de Pedro Sánchez ha aprobado un proyecto de Presupuestos cuyo único objetivo es conservar el poder y para ello, gastar lo que sea necesario. Los defensores del presidente –que existen– celebran cómo un Gobierno por el que nadie daba un euro cuando nació, ya es el más estable desde 2015 y está a punto de alumbrar sus terceros presupuestos. Necesita el apoyo de ERC, PNV, Bildu y algunos más, pero lo obtendrá. Rufián, como siempre, anuncia que harán sudar al inquilino de La Moncloa, porque en Cataluña necesitan hacerse perdonar su connivencia con el Gobierno central, sin más beneficio que los indultos a los condenados de un «procés», ya muerto y a falta de funeral. Elevarán el precio, pero no tienen otra alternativa que cerrar filas con ese Sánchez que nunca se rinde y que cree –o hace creer– que puede volver a ganar las elecciones y, por eso, con pólvora de todos, intenta trajinarse las voluntades de pensionistas, funcionarios y otros colectivos. Sus planes –peronistas– consisten en subvencionar todo lo posible, desde un cheque bebé, a los transportes, los carburantes y lo que se tercie y que sea algo permanente. Sabe, como Luis XV, que eso tiene un punto de no retorno, pero calcula que él ya no estará –hay apuestas sobre si volverá a presentarse– y que el problema será para quien le suceda en el Gobierno, casi condenado al fracaso con una situación tremebunda y sin dinero. Es también el breve camino hacia el peronismo, una trampa de la que es difícil y muy doloroso salir. «Después de mí, el diluvio».
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