Literatura

Leer y escribir

El Planeta es un ejemplo de iniciativa privada que los estados deberían imitar

Esta semana se falló una vez más el premio Planeta y, como siempre que se celebra un evento de tal empaque, no faltarán las voces que empezarán a hablar de alta cultura y baja cultura, de literatura comercial o no, de éxito de ventas o malditismo, etc.

En realidad, todo es mucho más sencillo que todo eso. La alta, media o baja cultura son simples abstracciones hipotéticas, taxonomías teóricas de muy poca utilidad en el mundo real. En lo que a lectura se refiere, en realidad solo existen dos tipos: las obras de más fácil acceso o las de acceso difícil. Según al polo hacia el que se oriente un libro entre esas dos electricidades literarias básicas dependerán las probabilidades que tendrá de llegar a más o menos público. Pero eso en ningún caso tiene nada que ver con la calidad intrínseca de la obra. Un ejemplo de narración de fácil acceso y de grandísimo peso artístico es «La isla del tesoro» de Robert Louis Stevenson y un ejemplo de libro de acceso más complicado pero gran calidad sería «Ada o el ardor» de Nabokov. Obviamente, de ejemplos inversos (obras de acceso fácil o difícil y resultados muy pobres) no citaré modelos, porque escribir un libro es un esfuerzo por el que siento tanto respeto que –en términos de estricto trabajo– sé que cuesta tanto escribir un libro bueno como uno malo. Ahora bien, todos tenemos claro que hay libros facilones de muy poco resultado y también ciclópeos esfuerzos vanguardistas que exigen mucho más al lector de lo que luego le entregan cuando los desentraña.

Lo importante del premio Planeta es algo que solo puede calificarse de maravilla. Y es el hecho de que, en estos tiempos de populismo y cultura sitiada, alguien todavía crea que vale la pena entregar un millón de euros a un escritor por su tarea. El Planeta es un ejemplo de iniciativa privada que los estados deberían imitar.