China

Nueva gran potencia socialista

El control de Xi sobre las instituciones políticas, económicas y de seguridad de China no tiene parangón

E l 16 de octubre dio comienzo al XX Congreso del Partido Comunista Chino. Hace años, en 1956, en el VIII Congreso se eliminó el pensamiento de Mao debido a las fracasadas políticas y errores económicos derivados de su liderazgo. Hace 30 años, en 1992, en el XIV Congreso se acordó el término «economía socialista de mercado», haciendo un requiebro a la «economía libre de mercado» de las democracias liberales. En 2002, el XVI Congreso incorporó la posibilidad de reforzar la empresa privada debilitando el control del Partido. Es de significar que la República alemana estableció hace pocos años el término de «economía social de mercado», adoptado por otros países europeos.

En el este XX Congreso vemos como se acuerda el tercer mandato del presidente Xi Jinping, algo sin precedentes, y que rompe con la tradición de décadas de alternancia en el poder sugiriendo una vuelta a los tiempos de poder absoluto de Mao.

Después de una década en el poder, Xi marca la relación con los Estados Unidos, su visión de las relaciones entre el Estado (Partido) y el mercado (empresa privada), la política hacia Taiwán y su alineación con Rusia con el objetivo de transformar China en una gran potencia socialista.

La anterior gran potencia socialista, la URSS, la Unión Soviética, demostró que era un gigante con pies de barro y que la economía dirigida, el sometimiento de la población al Partido Comunista y la falta de libertades e iniciativa privada llevó a la implosión de aquella utopía socialista. Supongo que Xi habrá aprendido la lección, pero la debilidad de la economía, la fragilidad del crecimiento y el cambio propuesto en el modelo económico, dejando atrás el modelo casi totalmente exportador, van a ser retos que se unen a un cambio de paradigma estratégico, de tensiones geopolíticas regionales cada vez mayores y de un escenario imprevisible posterior a la guerra de Ucrania.

El control de Xi sobre las instituciones políticas, económicas y de seguridad de China no tiene parangón. Como tampoco lo tiene el conjunto de políticas reactivas e incoherentes que Xi ha promovido durante los últimos años que, junto con la creciente represión, han situado a China en una situación muy difícil que Xi trata de corregir acumulando más poder.

Parece por tanto que en lugar de enderezar el rumbo político y económico de China, el XX Congreso del Partido puede derivar hacia una dictadura absoluta, tipo Mao, y repetir sin remedio sus efectos ruinosos. Sin duda Xi no es Mao pero los errores del pasado maoísta amenazan su liderazgo.

Lo que parece cada vez mas claro es que este Congreso puede marcar el fin del esfuerzo pasado de Den Xiaoping y siguientes de restringir el poder absoluto de un líder individual en China.

Por tanto, China entra en un período de incertidumbre bajo un poder autocrático que abandona el proceso de modernización iniciado en todas sus facetas políticas, económicas y sociales.

No obstante, China se mantiene hoy en día como la segunda economía mundial y mantiene el ejército más grande del mundo con una cantidad sustancial de armas nucleares. Sin embargo, la trayectoria descendente de la economía, especialmente en los últimos doce meses, puede poner en peligro ese liderazgo mundial, el mandato de Xi y su próxima reelección.

No se hagan ilusiones, eso que pudiera ser posible en una democracia liberal no parece probable en un sistema marxista-leninista que otorga a los líderes un poder institucional sin límites.

Por otro lado, las acciones derivadas del apoyo de China a Rusia de la administración Biden para limitar el acceso de Pekín a chips y componentes tecnológicos avanzados, quizá sirvan para crear una China que priorice la política industrial de alta tecnología, el mercado interior y los esfuerzos para conseguir la autosuficiencia en áreas en riesgo de interrupciones y restricciones de la cadena global de suministros.

Sin remedio el sistema se mueve en la dirección de que Xi consolide más su poder personal, pero el gran interrogante es si eso le servirá para impulsar las reformas necesarias y urgentes que precisa China o se convertirá en el segundo fracaso de una gran potencia socialista.