Colombia

En la muerte del caballo «Pasaporte»

Se había hecho famoso el día en que, hace no mucho, había entrado en el Congreso de la República de Colombia de la rienda de su amo vestido con vaqueros, botas, un poncho y un sombrero

«Pasaporte» murió en la madrugada del viernes en el prado donde pasaba la noche. Su dueño, Alirio Barrera lo acarició antes de acostarse y por la mañana, se lo encontró rígido y echado sobre el costado derecho, las patas extendidas como si aún estuviera de pie. La del caballo cadáver resulta una visión perturbadora, apocalíptica, pues así, en el suelo y muerto, el animal adquiere una proporción desmesurada e inabarcable. El caballo muerto llena todo el espacio de muerte y de frío desde el caballo prieto azabache de la canción hasta el «Platero» de Juan Ramón o el caballo que pintó Picasso en el «Guernica». En la foto que Alirio colgó el viernes en Twitter, aparece él mismo agachado y llorando junto al animal que yace, y avanza una primera hipótesis sobre la muerte: «Le picaría una culebra». Más tarde, se sentó en el porche de la casa frente a la silla sin caballo de «Pasaporte», agradeció el honor de haber cabalgado en su lomo y lloró viendo el chaparrón como un llanero llora por su caballo.

Caballos mueren continuamente. El que ha vivido con ellos sabe que morirse es lo que mejor saben hacer. El equino es un ser enorme y frágil sujeto a todo tipo de inclemencias, heridas, roturas de huesos, lesiones que abocan a la decisión dolorosísima del sacrificio y el fantasma del cólico tantas veces mortal.

Digo que la muerte de un caballo no es noticia salvo para su dueño, pero el tordo «Pasaporte» no era un caballo cualquiera. Se había hecho famoso el día en que, hace no mucho, había entrado en el Congreso de la República de Colombia de la rienda de su amo vestido con vaqueros, botas, un poncho y un sombrero. Confiado por la presencia de su dueño, subió torpe las escaleras del edificio sin asustarse siquiera por el gentío que lo rodeaba, las cámaras, los flashes y el revuelo de reporteros.

Alirio Barrera decidió entrar a caballo en el Senado después de que se publicara un reglamento por el cual el Senado de Colombia se declaraba «pet-friendly». Si las demás señorías acudían con sus mascotas, se preguntó por qué él no podía traer a la suya. «Pasaporte» que se convertía en un símbolo del pueblo de Colombia, de la forma de vida y tradicional que el nuevo Gobierno acosaba para sustituirla por el delirante folclore animalista. Si en la izquierda las voces antiespecistas consideraban a un perro como la misma cosa que un hijo, por qué Alirio no iba a declarar que el caballo era su mascota.

Fue durante unos meses un caballo héroe por haber pisado con sus cascos la moqueta del poder petrista, que es tan urbano. El propio «Pasaporte» era un caballo de coleo, la disciplina en la que el jinete derriba la res desde su caballo agarrándola por la cola y que Gustavo Petro pretende exterminar desde hace años junto a la fiesta de los toros, las corralejas y todas las manifestaciones culturales que impliquen la participación de animales. Barrera, senador uribista ahora en la oposición, se convirtió gracias al caballo en una referencia del mundo rural colombiano y de la resistencia de las costumbres y tradiciones rurales frente a la apisonadora animalista y urbana tan del gusto del actual gobierno.

Tanto representaba «Pasaporte» que los programas de televisión del país abrían con la noticia de su muerte y con un giro argumental inquietante. Después de que acudiera el veterinario y extrañados por la muerte del animal pidieron la autopsia bajo la sospecha de que alguien lo hubiera envenenado y hubiera hecho de él un mártir.