Guerra en Ucrania
Compromisos en Ucrania
Los gobernantes occidentales deberían aceptar el desgaste del compromiso antes de que sea demasiado tarde
No se debe tratar de ir contra la naturaleza de las cosas. Tampoco es aconsejable, en geopolítica, ignorar la esencia de las naciones y el entorno que las envuelve. Ucrania ha sido –y lo será durante un largo periodo– tierra de compromisos, de pactos. Compromisos por su población, por su geografía y por la salud moral de la convivencia de sus ciudadanos. Los ucranianos se han debatido históricamente entre la influencia de Rusia y la de Europa Occidental. El río Dniéper marca el límite de ambas influencias aunque tras tantos siglos de convivencia no es una frontera rígida y nítida. Ha tenido que venir Putin con sus salvajadas para que todos, incluidos los propios ucranianos, hayamos descubierto que existe un alma nacional lo suficientemente fuerte para inspirar una lucha identitaria llena de sacrificios y dolor. La convivencia interna ucraniana tampoco es nada fácil. Se debate entre una corrupción sistémica –aceptada con cierta resignación– heredada de los tiempos de su pertenencia a la Unión Soviética, y el ideal de gobernanza limpia y democrática que persigue –sin alcanzarlo totalmente– esta Europa nuestra que se ubica más a Occidente. En Ucrania, encontramos pues compromisos –la necesidad de pactos– por doquier: en su identidad nacional, en su geografía y en la convivencia de sus gentes. La solución para la guerra que los asola actualmente, probablemente tengan que buscarla también las partes interesadas en un cajón lleno de dolorosas cesiones, sin tratar de perseguir objetivos máximos a ultranza.
En el 2014 el Sr. Putin asaltó Crimea y fomentó una rebelión en las regiones orientales del Donbás donde las tradiciones rusas se habían conservado más vivas. Fue una agresión más disimulada que la última invasión del pasado febrero, pero, no obstante, de una clara gravedad que mostraba un desprecio total por las normas de convivencia europeas imperantes hasta el momento ¿Y cuál fue la respuesta de EEUU, la UE y Occidente en general ante aquel desafío al statu quo? Pues consistió en unas protestas verbales y tímidas sanciones en nada parecidas a la enérgica reacción ante la descarada invasión actual. En particular, la dependencia energética europea del gas y crudo ruso no solo continuó, sino que, con Alemania al frente, aumento. Occidente debería reconocer que desde aquel momento arrastramos una responsabilidad que no podemos ignorar. Se peca por acción, pero también otras veces por omisión, especialmente cuando las intenciones de la parte contraria son tan nítidas.
Lo que pasó en Ucrania, pasó. Pero no deberíamos olvidarlo si es que queremos poner fin a esta tragedia en mitad de la Europa del siglo XXI. La paz habrá que buscarla más partiendo de la situación de febrero del 2014 que de la injustificada invasión de este pasado invierno. Como nos dejó dicho el Señor, solo debe tirar la primera piedra aquel que esté libre de culpa; los occidentales tendríamos que aceptar nuestra falta –por inacción– de hace ocho años antes de intentar lapidar al Sr. Putin y sus despiadados seguidores. Si el presidente Zelensky continúa manteniendo su objetivo final de recuperar las fronteras originales ucranianas, el resultado puede ser la desestabilización de toda la región euroasiática pues el régimen de Putin –con sus armas nucleares– no va a aceptar una derrota total. Es el sentido geopolítico común el que dicta tan triste vaticinio. Pudimos los occidentales intentar parar esta desmesurada aventura imperial rusa en el 2014. No lo hicimos y ahora estamos como estamos. No es sobrerreaccionando tarde como el dios de la geopolítica nos absolverá de nuestro pecado original de parálisis.
Si se fuerza al Sr. Zelensky a admitir una realidad que no solo le afecta a ellos sino también, seriamente, a todos nosotros los que le apoyamos material y moralmente, se podría intentar encontrar una solución que respete la tradicional base de la flota rusa en Crimea a la vez que conceda una autonomía administrativa y cultural al Donbás dentro de la unidad nacional ucraniana y siguiendo las líneas generales de los acuerdos de Minsk. Aunque las despiadadas tácticas rusas hacen cada día mas difícil aceptar objetivos de compromiso por parte ucraniana, los líderes occidentales –y muy especialmente el presidente Biden– deberían utilizar el capital político remanente para hacer comprender a sus opiniones públicas que derrotar totalmente a Putin no es la solución para estabilizar ese inmenso país que es Rusia que suele lamerse –durante siglos– las heridas sin cicatrizar de sus infecciones históricas. Dada la actual división ideológica interna de Occidente, es evidente que los partidos políticos de oposición atacaran a cualquier gobierno que proponga soluciones de compromiso. Pero, como dejo dicho Murphy, cualquier situación por mala que sea es susceptible de empeorar. Los gobernantes occidentales deberían aceptar el desgaste del compromiso antes de que sea demasiado tarde. El enorme sufrimiento del pueblo ucraniano no le autoriza a provocar más dolor a los pueblos europeos lejanos del caudaloso Dniéper.
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