Pablo Iglesias

Iglesias purga a Yolanda

«Era lógico que Díaz no aceptara un modelo encorsetado, donde se anulaba cualquier atisbo de independencia y libertad de acción»

La vicepresidenta Díaz tiene que estar contenta, porque Iglesias la odia y quiere destruirla. Es difícil encontrar un galardón más importante. Es la reacción de un político caprichoso y ególatra que no puede soportar que nadie le haga sombra. Ni siquiera tiene un partido a su lado, ya que lo ha convertido en una secta. El fracasado líder de Podemos ha decidido acabar con ella y ha puesto en marcha toda la maquinaria. Ahora pretende que sea la operación definitiva y garantizar que sus fieles sigan cobrando del erario, aunque acaben en la oposición. Díaz tiene la suerte de que vivimos en España y no será conducida, afortunadamente, a un gulag, porque los mesías comunistas son arbitrarios e implacables. No hay más que ver la trayectoria de Lenin, Stalin, Mao, los hermanos Castro, Hoxha, Kim Jong-un…. que son los referentes ideológicos, morales y políticos de Iglesias. La realidad objetiva es que el telepredicador abandonó la política tras aburrirse del Consejo de ministros y hundirse en Madrid, pero siempre tuve claro que no tardaría en organizar su regreso. En un gesto muy democrático, decidió nombrar a Yolanda Díaz como su sucesora en la vicepresidencia del Gobierno y candidata en las próximas generales.

En el partido resolvió el problema de forma muy simple y fue colocando, por supuesto a dedo, a Ionne Belarra e Irene Montero, aunque la primera es formalmente la lideresa. El problema de Yolanda es que no ha sido la marioneta que quería Iglesias. En el comunismo es inaceptable abandonar el pensamiento único y no hay otro conductor supremo que el desorientado politólogo. La realidad es que Podemos es un proyecto agotado, que sufre el personalismo de su gurú y que se ha disociado de la realidad social, porque han creado una casta muy bien retribuida que se ha aficionado a los coches y despachos oficiales. Era lógico que Díaz no aceptara un modelo encorsetado, donde se anulaba cualquier atisbo de independencia y libertad de acción. Era ponerla solo como un mero cartel electoral, como si fuera uno de esos monigotes que utilizan los ventrílocuos y, sobre todo, colocar a todos los seguidores de Iglesias en los puestos de salida. No era un proyecto inclusivo, sino excluyente como le gusta al telepredicador, porque necesita creyentes que le sigan con una fe ciega.