Precio de la luz
Hoy vengo a confesar que soy derrochólico
Soy culpable de querer estar fresquito en verano y calentito en invierno
Hola, soy Pedro Narváez y soy derrochólico, un despojo humano. Por si fuera poco, no soy el único. Veo mucha gente a mi alrededor que, además de agobiarme porque necesito más espacio que el común, padece la misma enfermedad. No sabía que sufría esta adicción hasta que lo descubrí en un anuncio del ministerio de Transición Ecológica y Reto Demográfico. Estaba sentado viendo la televisión. Después de aquella visión mi vida no es la misma. Supongo que las de ustedes, tampoco. Ahora sé que dejarme una luz encendida es en realidad, más que un descuido, un síntoma del mal que me corroe con el que traiciono a mi país, no por sedición sino por dejarme caer despreocupado como en un fumadero de opio. Soy culpable de querer estar fresquito en verano y calentito en invierno. Como anunciaban, también por televisión, aparatos de aire acondicionado, estufas, ventiladores, una amplia gama de sustancias, y todo el mundo perseguía el mismo estado nirvánico, pensé que no sería pecado, que era como fumar un cigarrillo, que es malo pero socialmente aún admitido, a pesar de.
He empezado esta terapia porque sé que solo confesándolo sin miedo ante todos podré curarme. Hasta ahora estaba bien visto consumir, nos han convertido en adictos a las compras y a no aflojar el casquillo de la bombilla, pero de pronto, el Gobierno, el que más gasta desde que se tiene registros, ha decidido que es lo mismo que el que se toma un cartón de calimocho para que dejen de temblarle las manos. Hijos de su madre. Hemos de aguantar que a una empresa que ha cobrado unos 300.000 euros (esto es invertir, no derrochar, por supuesto) se le encienda otra bombilla para parir un mensaje que todo lo banaliza.
Leo que el Congreso ha triplicado el importe de su tarifa eléctrica anual. La explicación es que los precios han subido, porque consumir, han «consumido lo mismo». O sea, que los diputados siguen consumiendo, además de en los baños, pero el que debe ir a terapia soy yo. Ministra, disculpe, tal vez en su entorno no hay nadie que sea alcohólico y no conozca el sufrimiento que padece toda su familia, tal vez le parezca divertido que hoy comparezca aquí resguardándome en el vino de la escritura, el cuchillo líquido con el que untar unas letras al pan picante. Nido de hipócritas con calculadora. Ahora resulta que no somos o seremos pobres sino que a los que padecen pobreza energética se les llama derrochólicos. Acabáramos. Nosotros, que damos un beso al pan antes de tirarlo.
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