Pedro Sánchez

«Sujétame el cubata, que lo hago»

Da igual lo que diga Felipe González o Emiliano García-Page, el único barón que se atreve a salirse del carril oficial que marca Moncloa, porque el «sanchismo» no tiene freno salvo que se lo quiera poner el propio Pedro Sánchez

La política suicida puede salir bien o mal. Y aun saliendo bien para el que la practica, puede tener un alto coste para los que le acompañan en el viaje. Los socialistas se llevan las manos a la cabeza por la decisión de Moncloa de derogar el delito de sedición, pero no por la alteración que se pueda estar produciendo en el modelo constitucional, sino porque se haga precisamente ahora, cuando están tan cerca las elecciones autonómicas y municipales. Eso es lo que más preocupa a ese socialismo que está en contra de las decisiones de Pedro Sánchez, pero que no se rebelará ni levantará la voz, más allá de alguna declaración puntual.

Da igual lo que diga Felipe González o Emiliano García-Page, el único barón que se atreve a salirse del carril oficial que marca Moncloa, porque el «sanchismo» no tiene freno salvo que se lo quiera poner el propio Pedro Sánchez. El presidente quiere ser candidato en las próximas elecciones generales, nunca ha tenido ninguna duda de ello, y si no gobernara y decidiera quedarse al frente de la oposición, no habrá quien le levante de la Secretaría General. En el partido todavía hay quien se asombra de la sangre fría del líder y de hasta qué punto no le tiembla el pulso para hacer lo contrario de lo que dijo o hacer aquello que rompe las costuras internas, pero que se ajusta mejor al entendimiento de largo recorrido con ERC y BIldu, ese pacto en el que proyecta la continuidad en el poder del socialismo.

Aquí hay un plan político que se está ejecutando paso a paso. No hay decisiones improvisadas, aunque lo parezcan. Lo que se improvisó fue la campaña de las últimas elecciones generales en la que Sánchez se comprometió a traer al fugado Puigdemont a España, para que se le juzgara, y a reformar el Código Penal, para recuperar la figura del referéndum ilegal, porque es lo que entonces los estudios cualitativos demoscópicos indicaban que mejor podía funcionar electoralmente. No había ideología en aquellos compromisos, sino tacticismo, de la misma manera que tampoco hay ideología, sino tacticismo, en algunas promesas de rebajas fiscales.

La política del «sujétame el cubata, que verás que lo hago» es propia de aquel que tiene tan alta consideración de sí mismo que no ve más allá de su propio retrato. Y también puede salir bien o mal, pero suele ocurrir que cuando sale mal los que sujetan el cubata ríen las gracias y, al final, el grupo se escapa dejando las copas sin pagar.