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África

Humanidad selectiva, hipocresía occidental

Los camiones han distribuido “cuarenta toneladas de equipo médico esencial, medicinas de emergencia y suministros quirúrgicos” destinados a los “casos más urgentes”

Este martes consiguió introducirse ayuda humanitaria en la región de Tigray (al norte de Etiopía) por primera vez desde el mes de agosto. Dos camiones de la Cruz Roja Internacional fueron conducidos al interior de esta zona devastada por una guerra que ha durado dos años y cuya paz (presumiblemente) se firmó el pasado 2 de noviembre en Sudáfrica. Fue Jude Fuhnwi, el portavoz de Cruz Roja en Etiopía, quien aseguró que los dos camiones habían llegado a la ciudad de Mekele sin sufrir daños, y que los camiones han distribuido “cuarenta toneladas de equipo médico esencial, medicinas de emergencia y suministros quirúrgicos” destinados a los “casos más urgentes”.

Los casos más urgentes. Esta guerra fue así desde el principio. La ayuda sólo estuvo destinada a los casos más urgentes, o ni siquiera eso. Porque algo extraño ha sucedido en esta guerra. Occidente, nuestro Occidente que es el baluarte de los derechos LGTBI+, el percusor de Black Lives Matter y del movimiento Me Too, el azote de Putin en cuanto a sanciones económicas se refiere, el mismo que ha donado la desorbitada cantidad de 93.000 millones de euros en ayuda a Ucrania entre enero y octubre de 2022 (tres veces el PIB de Libia, seis veces el PIB de Mali, nueve veces el PIB de Namibia), Occidente ha seguido girando y agitando pancartas por esta causa o aquella mientras 700.000 u 800.000 personas han muerto a causa del conflicto de Tigray frente al más absoluto silencio. En torno a 2,5 millones de personas se han visto obligadas a abandonar sus hogares. Los bombas cayeron en los parques infantiles y asesinaron a niños, los habitantes de ciudades enteras (y hablamos de millones de personas) tuvieron que vivir durante meses de corrido sin electricidad ni telefonía móvil, aislados del mundo. Frente al horror, silencio.

El director general de la Organización Mundial de la Salud, Tedros Adhanom Ghebreyesus, sugirió este mes de agosto que el racismo estaba detrás de la falta de ayuda humanitaria a la región etíope de Tigray. Ghebreyesus, que nació en Tigray y que conoce de primera mano los horrores acontecidos a lo largo del conflicto que golpea a la región desde 2020, calificó la crisis de Tigray como la “peor del mundo”, elevándola a un nivel por encima de la de Ucrania. La respuesta a sus declaraciones entre los usuarios de Twitter iba subrayada por un amalgama de insultos contra Ghebreyesus, acusándole en la mayoría de los casos de haber organizado la “plandemia” en colaboración con los lagartos de la masonería, y desarrollando demás teorías de la conspiración que sepultaron el drama de los tigranios.

Las cifras de muertos corresponden en su mayoría a víctimas civiles de las enfermedades y las hambrunas provocadas por el aislamiento de Tigray, y no tanto por los enfrentamientos armados entre un bando y el otro. Sabemos, por tanto, que las muertes en el norte de Etiopía fueron lentas y llenas de agonía, luces que se apagaron un poquito más a cada día que pasaba, hasta expirar del todo en los brazos de un ser querido cuya lacrimógena historia no ha salido en ningún medio de comunicación, como no fuera el artículo del reportero ocasional que consiguió introducirse en Tigray durante los primeros meses del conflicto y que apenas tuvo lectores. Y resulta que hoy entra por primera vez en meses el pellizco de ayuda humanitaria que son estos dos camiones paupérrimos destinados a los “casos más urgentes”. Occidente (y África, y el mundo entero) ni lo celebra ni lo critica. No aparecerá en las noticias de la tarde porque dos misiles impactaron contra Polonia y es más importante hacer un especial de cuatro horas analizando quién pudo haberlos lanzado, por qué, cómo, todo esto antes de dedicar un minuto o dos a dar una noticia sobre Tigray, para luego (ahora sí) lanzarnos durante tres horas y cincuenta y ocho minutos a analizar lo de los misiles en Polonia.

Dos minutos. Tigray no pide más. Pero no lo obtendrá. Entre los testigos presenciales se ha reportado el uso de violaciones por parte de ambos lados como campaña de terror para doblegar a las mujeres. Silencio. Ejecuciones en masa a varones en edad militar. Silencio. Es bochornoso porque yo también he estado en Ucrania y he sido testigo de montones de ropa apilados sin nadie que los reclame, carritos de bebé abandonados a decenas en las fronteras mientras los españoles subían historias en Instagram donde llevaban más carritos a Polonia (en Ucrania y Polonia ahora hay más carritos de bebé que tanques, estoy seguro), he visto a tantos y tantos y tantos y tantos periodistas parloteando animadamente en los cafés de Kiev y de Lviv mientras se imaginaban que iban a ser los próximos Pérez-Reverte... Mientras tanto en Tigray, en República Centroafricana, en Mali, en RDC, nada. Unos pocos millones sueltos en donaciones suplicadas de rodillas por Naciones Unidas, como si fueran las sobras de un banquete mayor, huesos para los perros que gimen agazapados debajo de la mesa. Tres o cuatro reporteros perdidos en mares de vegetación y arena cuyo presupuesto no alcanza para un hotel de dos estrellas.

Nada nuevo bajo el sol. Si acaso 800.000 muertos más que añadir a la lista de las masacres, y dos camiones de la Cruz Roja que cruzaron las montañas como arbustos en el desierto. Nada que interese a los noticieros. Porque no importan los homosexuales etíopes a la señora Montero y sus adláteres, ni los negros etíopes a los impulsores de Black Lives Matter, ni importa el sufrimiento de los etíopes a las abuelitas que sorben tazas de café jugando al mus y murmurando sobre la desdicha de los ucranianos. Nada nuevo bajo el sol. Yemen y Siria siguen ardiendo. Y uno de los mayores cómplices de esta tragedia, el Primer Ministro etíope, el responsable directo del asedio a Tigray y de la prohibición del paso a la ayuda humanitaria, incluso sigue guardando en casa el Nobel de la Paz que le entregaron en 2019. Habrá quién diga que lo de Ucrania forma parte de un juego mayor y que lo de Tigray se trata de un conflicto civil, que es un asunto suyo y no nuestro; y sería verdad, en parte. Pero en ese caso no se te ocurra hablar de humanidad ni finjas que las vidas humanas te importan un rábano. Habla de estrategia, de política, de geoestrategia, de geopolítica; pero ni se te ocurra hablar de humanidad. Si la humanidad se ha vuelto selectiva será porque no es una humanidad real.

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