Política

Pulsión antidemocrática

Lejos de transitar por una senda de regeneración democrática nos arrastran hacia una grave degeneración

Sánchez cree erróneamente que pasará a la historia por exhumar a un dictador cuando resulta que lo más trascendente de su mandato son sus intentos de enterrar la Constitución que pasado mañana cumple 44 años y que él juró cumplir y hacer cumplir. Son muchos los ejemplos de una pulsión autoritaria que desprecia, además de los principios más básicos de la convivencia plural en libertad, las reglas del juego de la democracia y las más elementales normas, no sólo de la ética, sino de la estética política. El último de ellos, uno de los más graves, el intento de control del Tribunal Constitucional de la forma más burda, con un asalto en toda regla, buscando una composición afín que permita blindar de constitucionalidad sus leyes y pactos con el independentismo. Por si no fuera bastante, el Gobierno ha tomado su decisión al margen del nombramiento de otros dos magistrados que debe realizar el CGPJ, desatendiendo lo exigido en el artículo 159 de la Constitución, que establece con claridad que renovaciones como éstas deben llevarse a cabo por tercios de los doce magistrados del TC, no por sextos. Si el CGPJ no designa a nadie el 22 de diciembre la renovación estará incompleta y será por tanto ilegal. La falta de respeto a la separación de poderes y el desprecio a Montesquieu ha quedado patente. Tenemos miembros del Gobierno que insultan a los jueces, que los demonizan, que tratan de presentarlos como fascistas o machistas. Tenemos una utilización de la renovación de órganos constitucionales, no sólo como herramienta de asalto a otros poderes, sino como arma arrojadiza contra la oposición, con la que se pretende solo un acuerdo sobre nombres propios, es decir sobre los sillones, sin poder debatir ni acordar sobre las fórmulas de elección ni querer atender demandas legítimas que aumenten la imagen de despolitización de un poder ciertamente independiente. Vivimos algo parecido al culmen lamentable del oscuro pronóstico de Ortega, que ya vaticinó en qué derivaría la democracia bajo el gobierno de los frustrados y sin talento, la «secreción de almas rencorosas». Una visión sumamente pesimista, como ya escribí hace seis años, pero no exenta de parte de razón, que nos obliga a reflexionar sobre la necesidad de talento en nuestros representantes, altura de miras y generosidad, más respeto a la Ley, más responsabilidad, más ejercicio de ciudadanía, más tolerancia y, en definitiva, más democracia, lo que en nuestro contexto implica respeto a la Constitución. Hablamos, claro está, de regeneración democrática, algo que en España pasa necesariamente por un cambio de Gobierno. En estos momentos lejos de transitar por una senda de regeneración democrática nos arrastran hacia una auténtica y grave degeneración, y todo ello, perpetrado y dirigido por un presidente y un gobierno irresponsables, un gobierno con muchos problemas con las leyes, tanto en su elaboración como en su cumplimiento. En su elaboración, cuando intentan conseguir un fin loable como es proteger más y mejor a las víctimas de delitos contra la libertad sexual, perpetran una chapuza que está forzando la excarcelación y rebajas de penas a violadores; por contra, cuando buscan un fin espurio como es reformar el código penal para dejar impunes los delitos cometidos por sus socios de gobernabilidad, hay que reconocer que aciertan, esto es, lo consiguen dejando inerme nuestro orden constitucional frente a golpistas y sediciosos; por último, se trata de un gobierno que incumple de forma reiterada la ley, como así lo han declarado tribunales de todo orden. En definitiva, una situación de claro déficit democrático de la que ya nos advirtió Ortega, y la consecuencia es la degeneración democrática.