Opinión

Petro, Pedro del Castillo, Pedro Sánchez,…

Hay días en que la actualidad informativa es tan densa como diversa, y no facilita la evasión hacia otros territorios en apariencia menos noticiables. En efecto, menos actuales pero no por ello menos merecedores de atención, sino todo lo contrario, y sucede ello con no poca frecuencia ante el vertiginoso ritmo de la información en nuestra sociedad, bautizada precisamente por eso como «de la información». Algunos quieren añadirle a esta denominación «y del conocimiento», pero no es algo acreditado, ya que la rapidez en la transmisión de las noticias y el vertiginoso fluir de las mismas impide en no pocas ocasiones la reflexión y el análisis que una adecuada comprensión de la noticia requiere para ser tenido como auténtico conocimiento. Estos días tenemos simultáneamente noticia del autogolpe de Estado del presidente Pedro del Castillo en Perú, y del desmantelamiento de una trama golpista ¡nada menos que en Alemania! Pedro del Castillo es una cada vez menos rara avis en el mundo político iberoamericano, que desde el Foro de Sao Paulo –hoy Foro de Puebla–, produce una generación de dirigentes bajo el patrón común del populismo de ultra izquierda más radical, donde se oculta el comunismo más rancio tras la caída del Muro de Berlín en 1989 seguida de la implosión de la URSS en 1991.Pedro del Castillo pertenece a una hornada que desde entonces puebla aquel continente, prolongación ultramarina de España, que son líderes de gran parecido con nuestros actuales dirigentes del sanchismo. Son los Boric en Chile, Petro en Colombia, Morales en Bolivia, Ortega en Nicaragua, sin olvidar a su mentor Lula da Silva de vuelta en Brasil, al inefable Maduro de Venezuela, los Kirchner en Argentina, AMLO en México y el castrismo en Cuba, entre otros. Distintos entre sí, pero no distantes de ese patrón comentado. El histórico vínculo hispánico se acredita también con nuestro autóctono populismo de extrema izquierda nucleado en Podemos por Pablo Iglesias y amamantado en esas mismas ubres ideológicas y económicas. No es de extrañar la tendencia caudillista que nuestro particular Pedro imprime a su agenda política con el objetivo declarado de controlar todos los poderes e instancias que actúan como contrapesos equilibradores de una democracia liberal y parlamentaria al modo UE. Su última batalla es por el control del TC para que «constitucionalice» su política de claudicación ante el separatismo catalán y vasco necesario para poder seguir durmiendo plácidamente en La Moncloa, al precio del insomnio creciente de los españoles. Del surrealista golpe en Alemania hablaremos otro día. Y de Díaz, Montero, Castillo y la Kirchner, también.