Política

El día de la infamia (y los que vendrán)

Nunca nadie jamás destruyó tanto y tan bueno en menos tiempo

–Ayer, 7 de diciembre de 1941, una fecha que vivirá en la infamia, los Estados Unidos fueron atacados repentinamente por fuerzas navales y aéreas del Imperio de Japón—. Así es como Roosevelt inició su alocución a la nación el día después de la puñalada trapera que el emperador Hirohito perpetró en Pearl Harbor. Aquél, como 60 años después ocurriría con el 11-S, fue un suceso que cambió para siempre la historia de la nación más poderosa del planeta. Algo parecido a lo que supuso para nosotros el 3 de agosto de 1704, cuando el almirante George Rooke ocupó a cañonazos el Peñón consiguiendo recuperar el prestigio personal perdido en batallas anteriores. De esta humillante manera, y de la mano de Felipe V, se estrenó la casa Borbón en el trono de España. Una coyuntura con acongojantes paralelismos con un 11-M que no sólo convirtió al potencial ganador de las generales, Rajoy, en el perdedor, y al derrotado, Zapatero, en el vencedor, sino que además transformó irreversiblemente nuestro hábitat político, social y territorial. La España de la Transición comenzó a periclitar con aquellos atentados islamistas no del todo aclarados. Ya nada sería igual. Que no exagero un ápice lo puede colegir cualquier ciudadano medianamente bien informado mediante el simple ejercicio de rememorar lo acontecido de 12 años a esta parte en este país que pronto dejará de llamarse España, empezando por ese pacto con ETA que representa el pecado original de Pedro Sánchez. El Superjueves –Herrera dixit–, es decir, anteayer, el presidente felón dio el gran salto adelante al hacer realidad el viejo sueño de Zapatero de balcanizar España. Un 15-D para la infamia y para el olvido si no fuera porque los demócratas españoles tenemos la obligación de recordarlo día a día para intentar parar a estos enemigos públicos con la ley en la mano. En apenas siete horas, se asaltó el Tribunal Constitucional, se legalizó el golpismo y se hizo el favor de su vida a todos los corruptos habidos y por haber con la rebaja del delito de malversación. Nunca nadie jamás destruyó tanto y tan bueno en menos tiempo. A Pedro Sánchez no se le puede reconocer su decencia porque es un indecente, tampoco su sentido democrático porque es el golpismo en estado puro, menos aún su sinceridad porque es Pinocho versión 3.0, pero sí este siniestro récord. Por no hablar de esa Ley Trans que parece redactada por Belcebú o esa norma del «sólo sí es sí» que ha puesto en libertad o ha abaratado las condenas de 86 violadores o abusadores. Lo más grave de todo es que esto no es el principio del final sino, más bien, el final del principio. El pacífico Beria particular de Pedro Sánchez, Félix Bolaños, advirtió ayer al Constitucional de «serias consecuencias para la democracia» si dan por bueno el recurso del PP contra el cambio unilateral del sistema de nombramientos de ese mismo Tribunal. No recuerdo una chulería similar contra otro poder del Estado en 45 años de democracia, probablemente eran frecuentes en el franquismo pero yo no los viví porque cuando expiró el dictador apenas tenía uso de razón. El siguiente hito de esta siniestra hoja de ruta es la celebración de un referéndum de independencia, vestido de Lagarterana o a pelo, y el siguiente del siguiente el cuestionamiento y la subasta del sistema de Estado con el derrocamiento de Felipe VI. No es ciencia ficción, lo veremos antes de 2027 con nuestros ojos si Feijóo no se interpone en el camino de estos golpistas, etarras y chavistas. Entre los cuales incluyo a Pedro Sánchez, naturalmente.