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Asignaturas pendientes

Sin el conocimiento suficiente no puede desarrollarse una cultura democrática sólida

Si rebobinabas una cinta con un bolígrafo BIC, escondías «Súper Pop» entre los libros de texto, identificas perfectamente a la Bruja Avería y sabes que «Un, dos, Tres» iba unido a los viernes por la noche, es más que probable que formes parte de eso que se conoce como «Generación EGB». Y, si es así, además, seguro que recuerdas que nunca había tiempo para estudiar el siglo XX en las asignaturas de historia. Con el desastre del 98 y su resaca pesimista terminaba el repaso a nuestro pasado: como si el período siguiente, por cercano, fuera inabordable y quedara cubierto por una nebulosa que hacía desaparecer los detalles de la Segunda República, la Guerra Civil, la dictadura y la Transición. Ni más ni menos. Una ausencia de memoria tan arraigada en nuestro sistema de enseñanza que, muchas siglas educativas después, aún hoy, algunos profesores denuncian que es una laguna recurrente. Por el exceso de temario o por coincidir con el último trimestre, lo cierto es que ese agujero histórico se suma a otros que nos sonrojan en clasificaciones internacionales.

Y, también, convivimos con un profundo vacío formativo, del que no suele hablarse, pero que, estos días, en pleno conflicto entre los poderes del Estado y sumidos en una tensión institucional de primer nivel, conviene rescatar. Sin el conocimiento suficiente no puede desarrollarse una cultura democrática sólida. Cada 6 de diciembre conmemoramos el referéndum de una Constitución que es, en realidad, una gran desconocida. Sin ánimo de convertir a los españoles en expertos en técnica jurídica, sí resulta imprescindible ahondar en las reglas del juego en el que todos participamos: evitaríamos confundir al Tribunal Constitucional con el Poder Judicial, sabríamos que el artículo 1 de la Carta Magna se refiere a la soberanía nacional y no a la popular, entenderíamos el sentido de las mayorías cualificadas y de los trámites parlamentarios como garantes de un sistema basado en consensos y equilibrios y, en fin, mejoraríamos la conversación pública porque sabríamos, todos, de qué estamos hablando.