Economía

Los intelectuales españoles ante nuestra economía

Es un extraño resentimiento, el del español, cuando ve lo que otros gozan

Han tenido, en España, una gran influencia las opiniones de los intelectuales, en momentos clave de nuestra Historia. Y, naturalmente, eso también sucede por lo que respecta a la economía. Por eso, considero de importancia decisiva la obra del buen sociólogo Amando de Miguel, Las ideas económicas de los intelectuales españoles (Instituto de Estudios Económicos. Colección Tablero, Madrid, 2006). Merece mucho la pena, en ella, observar el inicial acercamiento a las ideas socialistas de multitud de grandes intelectuales españoles, para verles, posteriormente, abandonar esos puntos de vista. Para mí, un ejemplo claro es el de Azorín, y, -con multitud de idas y venidas-, el de Unamuno; mas, el impacto hacia el futuro se desarrolla, siempre, alrededor de la cuestión del mercado. Como indica Amando de Miguel, “la supresión del mercado ha sido en España un rasgo definitorio de la derecha y de la izquierda. Por distintos conductos, uno y otro polo interponen la seguridad a la libertad (de las transacciones), una falsa seguridad hay que decir”. Tomemos el dato de Ortega y Gasset. Bien es verdad que cuando era joven coqueteó, sin afiliarse, con el Socialismo, pero en su madurez pasó más bien a ser liberal, e incluso algunos lo reconocen como una especie de Juan Bautista del españolismo. Sea como fuere, Ortega comulga, más de una vez, con el intervencionismo económico, como nos mostró, señalando, en León (junio de 1931): “Yo propongo un régimen que pueda llamarse de economía organizada, es decir, que en vez de dejar en total libertad a los individuos, el movimiento de la producción sea dirigido por el Estado mismo, como si la nación fuera una única y gigantesca empresa”.

Esta “desconfianza respecto al mercado proviene de la errónea suposición de que en las relaciones económicas espontáneas o libres, sin intervencionismo, siempre triunfan los fuertes o los grandes. Se creía que allí donde no interviene una autoridad reguladora superior, la fuerza misma de las relaciones económicas montadas sobre desigualdades de clase y permanentes procreadoras de éstas, perjudica innecesariamente a los más débiles”.

Ramiro de Maeztu no sigue, sin embargo, esa senda, como nos enseña la biografía de Olariaga, ya que vivió la evolución y planteamientos de economistas insignes, en sus largas residencias en el extranjero y, especialmente, en Londres.

Como indica de Miguel, sobre este caso, es fundamental tener en cuenta la expresión de Maeztu, sentido reverencial del dinero, utilizada, por primera vez, en el artículo El dinero y el poder, publicado en El Sol, en marzo de 1926. Ahí se desprende una exaltación del empresario: “Este hombre que alumbra o pudiera alumbrar una fuente de riqueza es el más útil para la sociedad. No hay ningún otro que pueda comparársele en eminencia … es el verdadero aristócrata de los tiempos modernos”.

Sintetiza muchas de estas cuestiones Amando de Miguel, indicando que “para los intelectuales de izquierdas el capitalismo es salvaje, no solo porque explota al obrero, sino porque excita los bajos instintos del consumidor”. Es un extraño resentimiento, el del español, cuando ve lo que otros gozan. Pío Baroja recordaba la estampa popular de los mozalbetes apedreando a los perros que se apareaban. “La imagen no puede ser más despiadada, pero Baroja entendía que era un buen retrato de los españoles”.

También es necesario señalar planteamientos críticos al mercado en el mundo intelectual católico. Por ejemplo, Joaquín Ruíz-Jiménez llegó a declararse socialista y resumía su ideario así: “Socialización de los medios de producción, de los grandes servicios públicos, de algunos centros de investigación y de enseñanza, de la propiedad urbana y de gran parte de la propiedad rural” -o sea, el modelo de la Yugoslavia de Tito y la Checoslovaquia de la órbita de Stalin-, descartando el modelo de los EEUU. Se pregunta el profesor de Miguel, ante esta “curiosa traslación del espíritu cristiano”: “¿Cómo se podría desear la Democracia para España y ensalzar a Tito, un dictador empedernido?” Y es muy acertada la frase sobre el diálogo entre Trías Fargas y Baltasar Porcel -desarrollada sarcásticamente-: “Todos los que propugnan la nacionalización de la banca son candidatos a dirigirla con derecho a llegar al trabajo una hora más tarde y cobrar un 50% más que los actuales directores. Sobre todo, desean el poder económico. Una sola gran Banca nacional en manos de un dictador económico que haya sido aceptado por el Poder Público”.

Buena parte del mundo intelectual caminó por ahí; sin embargo, afortunadamente, economistas como Fuentes Quintana o sociólogos como Amando de Miguel pasaron a enseñar, como es debido, por dónde debería marchar el sendero adecuado por el que proceder los intelectuales.