Juan Roig
Mercadona y los tanques de Belarra
Reflejo de la proverbial ignorancia de un partido que no ha aportado a la política española más que confusión y demagogia con leyes que o no se cumplen o se vuelven contra quienes dicen defender,
Elvira trabaja en Mercadona. Nunca habían hablado tanto de su empresa ni de Juan Roig. Y tampoco le había visto y oído con la frecuencia con que brota su nombre y su historia en estos días de agitación. Porque la hay. En su curro y por lo visto en la política. En el Gobierno, al menos. Ha tenido que salir Calviño a llamar al orden a los desordenados de Podemos que parecen no haberse enterado aún ni de lo que es la economía, ni de lo que significa la defensa de un país, –que esa es otra, lo de los tanques, que también se las trae– ni siquiera de que forman parte de un gobierno de una monarquía parlamentaria europea. Comentaba esta mañana con Jesús, que está con los platos preparados, que es un servicio relativamente nuevo de la compañía, que estos de Podemos son cortos hasta para elegir el enemigo. Con la cantidad de empresarios a los que pueden señalar, marcar o crucificar, que es una afición muy del gusto de cierta izquierda, tienen que tirar a la cabeza de Roig, que es de los pocos empresarios a los que si les sobra algo no es sólo dinero, sino criterio a la hora de desplegar políticas de implicación de sus propios trabajadores. Hasta ha salido el secretario de la UGT a decirle a la fogosa ministra Belarra que los empleados de Mercadona superan en un 30 por ciento el sueldo medio del sector. ¿No les podía dar por otro? Lo que han hecho, sostiene Elvira y afirma con un gesto Jesús, es darle publi gratuita a Mercadona, elevar la categoría empresarial de Roig, y alinear en frente común a la distribución y a todo el sector empresarial. Ha escuchado Elvira en la radio al dueño de la compañía recordarle a los indocumentados que pisan moqueta en el Gobierno, que son los empresarios quienes crean la riqueza y que si ésta no se reparte es precisamente por culpa de las malas políticas de quienes gobiernan. Belarra, que a Elvira le parece que tiene la misma mirada indefinible e incómoda que la desasosegante Rocío Monasterio, sería partidaria de nacionalizar también la venta y distribución de alimentos tal y como hicieron en el siglo pasado con el éxito de todos conocido los regímenes que poblaban el lado oriental del telón de acero. Luego dicen que exageramos, pero es que con sus propuestas y sus juicios van dejando casi a diario miguitas de una ignorancia histórica que casi ofende y una concepción de la realidad más cercana a la efervescente adolescencia que al juicio que se requiere para ponerse a gestionar un país. Qué digo un país, responde Jesús, ni una comunidad de vecinos.
Elvira trata de imaginar, como ha hecho muchas otras veces, por dónde discurrirán los diálogos políticos entre alguien como Nadia Calviño y ardorosas revolucionarias del feminismo siglo XXI y la libertad y empoderamiento de los trabajadores como Belarra o Montero. Lo imagina, pero es incapaz de visualizar un solo diálogo fluido que vaya más allá de qué tal el fin de semana o cómo están los niños. La idea del mundo que reflejan las dos alas del bigobierno de Pedro Sánchez es a veces tan disonante, tan falta de armonía que no puede sino confirmar que lo suyo es un matrimonio de interés entre el agua y el aceite para poder sobrevivir.
Parece que las proclamas anticapitalistas de Podemos responden a una calculada diplomacia electoral. Lo que le sorprende a Elvira es que en ese cálculo entre el PSOE, porque no le beneficia precisamente.
Es como lo de los tanques que ahora sí quiere mandar España –primero que sí, luego que no, ahora otra vez… muy sanchista todo– contra el criterio también de Podemos. A Belarra hasta los suyos le afean que mientras hable de pacifismo y vuelva a sostener que lo que había que hacer era no armar a Ucrania para no provocar a Rusia a hacer «cosas horribles», como si lo que hasta ahora hubiera hecho allí fuera jugar al golf, no diga una palabra sobre la partida de sátrapas que rodea al sátrapa mayor de Moscú.
A estas alturas de la guerra resulta difícil mantener esa tesis de que dejar desarmados a los ucranianos era lo mejor para la paz. Pero Belarra y Podemos, al menos la parte que se pronuncia públicamente, lo siguen sosteniendo.
Mantener esa posición, incluso contra lo que piensa gran parte de su electorado, le lleva a Elvira a pensar que acaso ese airear lo del capitalismo despiadado con que se refirió Belarra al empresario que mejor paga a su gente en su sector, pueda tener algo de estrategia electoral, de mensaje para su parroquia. Pero acaso sea mucho más, como lo de los tanques, reflejo de la proverbial ignorancia de un partido que no ha aportado a la política española más que confusión y demagogia con leyes que o no se cumplen o se vuelven contra quienes dicen defender, y que sigue sin haberse enterado de que gobernar no es ni hablar en una asamblea ni marcar al adversario con una cruz, por muy tentador que resulte hacerlo sabiendo que tienes el poder.
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