Historia

Fracasos y éxitos de la Escuela de Madrid de Economía

El mensaje de estos expertos iniciales de la Escuela de Madrid se disolvía, pero, a la vez, aparecía un conjunto de economistas formándose fuera de España, sobre cómo hacer marchar nuestra economía

La Escuela de Madrid de Economía nació, precisamente, en la capital de España, en el año 1857. En aquel momento el avance de la economía en el mundo era evidente y el abandono de la política económica española, notable. Por eso, desde un Ministerio de un Gobierno Narváez, elegido por Sartorius –que consideró que los planteamientos existentes de orientación económica eran lamentables–, se impulsó el desarrollo económico y, en especial, el industrial. Por ese motivo, pasó a tener un papel esencial, que abriera una nueva etapa de la economía, el desarrollar la enseñanza de esta ciencia, en Escuelas Superiores de Ingenieros. El ingreso en ellas exigía pruebas que a muchos les costaba superar, por lo que era lógica una escasez de graduados en Ingeniería, que, por ello mismo, pasaron a convertirse en centro de admiración social. Recordemos a Pepe Rey, ese personaje de la obra de Galdós, Doña perfecta. En esos centros, de una u otra forma, se desarrollaban cursos de economía que, por ejemplo, tenían en cuenta lo que en la Escuela de Lausana, de la mano de Pareto y Walras, se desarrollaba y estaba enseñando. De ahí que los profesores de las Escuelas de Ingenieros siguieran estos avances.

Esto se producía en Madrid, donde, simultáneamente, como consecuencia de reunir un comercio importante, multitud de servicios complementarios como los de transportes, o conatos de organizaciones bancarias con los comerciantes banqueros, y multitud de clientela a causa del auge político, encajaba perfectamente con lo que en esas Escuelas de Ingenieros se enseñaba y defendía. Y esta defensa era necesaria, porque había surgido el mensaje de que el modo de hacer fuertes a las naciones era generar una producción integral nacional. El foco fundamental se encontraba en Cataluña. Incluso algunos de esos ingenieros –como es el caso de Gran y Ventosa–, se enlazaron con la postura de favorecer una producción integral nacional. Concretamente, este ingeniero industrial citado está ligado con Cambó para asesorar la famosa Ley Arancelaria de 1922, que fue denominada en la Sociedad de las Naciones, con el nombre de Muralla China Arancelaria.

Mas, al mismo tiempo, esa escasez de los ingenieros por lo nula que era su formación, motivó que recibiese ventajas económicas extraordinarias y, por ello, pasaron a dirigir –si bien, desde los tiempos de Larraz y Pareto, se los orientase de otro modo–, empresas y situaciones políticas ajenas a los mensajes que habían recibido en las aulas. Ése es el caso de las aportaciones de Walras, acompañadas de las de Stanly Jevons, que sostenía: «que no tengo duda de que mi obra The Theory of Political Economy es la verdadera Teoría de la Economía, tan concreta y consistente que ya no puedo leer otros libros sobre la materia sin indignación». Su teoría era concretamente matemática y apta para los Ingenieros. El triunfo de esa actitud daba la impresión de que iba a ser rotundo. Recordemos el caso de Gabriel Rodríguez, Ingeniero de Caminos, que fue exaltado en Madrid, en la velada en su honor que se celebró en el Ateneo, el 24 de mayo de 1903. Pero en el caso concreto de Gabriel Rodríguez se observó su desviación hacia la especialización en cuestiones administrativas, acabando por montar un bufete jurídico para atender los problemas de las empresas de mayores dimensiones; es significativo, también, que durante cinco años, en ese bufete, estuviera a sus órdenes, de pasante, otro activista del librecambio como fue Joaquín Costa.

Todo ese conjunto de motivos y el papel inicial de las Escuelas de Ingenieros se habían esfumado, provocando que el modelo capitaneado desde Barcelona se impusiese como una obligación nacional, a partir de Cánovas del Castillo, con la puesta en marcha de una realidad en la que latía algo así como un deseo de autarquía para España.

El mensaje de estos expertos iniciales de la Escuela de Madrid se disolvía, pero, a la vez, aparecía un conjunto de economistas formándose fuera de España, sobre cómo hacer marchar nuestra economía. Por eso, tras sus estudios en el extranjero, criticaron con dureza este modelo canovista. En Madrid, surgió, así, con los nombres de Flores de Lemus, Zumalacárregui, Perpiñá Grau, Bernis, Olariaga y Bernácer, que dieron nacimiento a un alud de discípulos que liquidaron, a partir de mediados del siglo XX, el mensaje triunfante previo de la Economía castiza; y eso produjo un avance económico en España como nunca se había sospechado.

Ésa segunda etapa de la Escuela de Madrid mereció la pena, con nombres como Fuentes Quintana, Luis Ángel Rojo , Jaime Terceiro, Julio Segura, Barea, o Sánchez Asiain, que muestran –capitaneados por Valentín Andrés Álvarez, Torres, Castañeda, Fernández Baños, Sardá, y un nutrido batallón de seguidores–, por dónde ha de ir la adecuada dirección para nuestro desarrollo.

Juan Velarde Fuertes*. Catedrático y economista.