El buen salvaje

Ábalos y la España de los calzoncillos

Ábalos tiene mucho que sacar del armario, de entrada todas las medias verdades que fue interpretando como un Laurence Olivier de Torrent, Shakespeare y los Borgia

No se valora en público la ropa interior como se merece. No así en privado. Ya habíamos aprendido de nuestros padres el valor de una muda y la importancia de llevarla siempre limpia por si nos pasaba algo. Era casi más importante el estado de la muda que el del cuerpo magullado. Al cabo, de un accidente no tenemos la culpa, pero sí somos responsables de la blancura del textil interior. Blancura o negrura porque ya aquello de añadir blanco como el adjetivo de calzoncillo quedó antiguo.

La España moderna y los calzoncillos tienen una relación tan especial que no se entendería la una sin los otros. La vanguardia proletaria estalló cuando Alfredo Landa corría en calzoncillos «boxer» blancos detrás de una actriz que se desnudaba por exigencias del guion mientras los quinquis marcaban paquete con los slips Abanderado. Ni Calvin Klein con sus modelos anoréxicos y mortalmente bellos han podido con la imagen cañí de los calzoncillos de toda la vida en cuerpos absolutamente no normativos, normalmente de tripa abultada y pectoral flácido. Cada caso de corrupción nos deja ese retrato interior, como esos monólogos de la literatura de los años sesenta. Vimos a Luis Roldán, el director de la Guardia Civil, en un hotel de Mallorca con varias prostitutas y cocaína en la mesa. Imaginamos escenas relatadas de los ERE como un «remake» de aquella obra maestra inicial, el chófer de la coca y tanto dinero como para asar una vaca, continuamos con Tito Berni, de nuevo en carne mortal (y rosa) sin lugar para la imaginación, como un Emmanuelle masculino que experimentaba el empoderamiento de ser diputado socialista.

Ábalos tiene mucho que sacar del armario, de entrada todas las medias verdades que fue interpretando como un Laurence Olivier de Torrent, Shakespeare y los Borgia. No recordaba tan buena interpretación de un político. Dijo al borde de las lágrimas que no tenía secretaria y nos lo creímos. Eso sí, tuvo para pagar (y muy bien) a su amiga especial, la «nueva ilusión» que desencadena este drama en calzoncillos, que es por donde se pierde el ex ministro de Transportes. Ábalos deja en ropa interior a Moncloa y a buena parte del PSOE, incapaz no ya de parar el manantial morboso en el que chapotearemos gustosos las próximas semanas, sino de concebir una trama de corrupción más tipo agenda 2030. Algo feminista y disruptivo con lo que mostrar la sororidad y la resiliencia. Pero no. Es la misma corrupción de siempre y los mismos calzoncillos. Es de esperar que al menos se hayan lavado.