Aquí estamos de paso
Ahora es un huracán
Lo que era imposible e inaceptable, ahora es lo mejor que le va a pasar a este país
Hablaba hace casi 40 años Milan Kundera del «torbellino de la reducción» de nuestro tiempo como contraposición al «espíritu de la novela», que es el de la complejidad de la vida, lo «inasible» de la Verdad, la dificultad de saber. Después de cuatro décadas el torbellino ha alcanzado ya la categoría manifiesta de huracán. No es que nos agarremos a las certezas de la simplificación para sobrevivir, es que ahora utilizamos las propias para atizar al que no las comparte.
El espíritu de nuestro tiempo parece ser el de la paradoja de transitar por un mundo cada vez más complejo sirviéndonos con determinación creciente de las herramientas básicas de la reducción para tratar de entender lo que a todas luces nos sobrepasa. Todo ha de tener una explicación sencilla porque el lenguaje de la comunicación es cada vez más escaso y simple, y las ideas y conceptos complejos, como la vida misma, no pueden ser captados en esos registros. A golpe de tuit –o de equis, que ya no sé cómo llamarlo– se resuelven conflictos, se despachan debates y hasta se toman decisiones de gobierno.
Se lamentaba Kundera –repito, hace cuatro décadas– de esas miradas dogmáticas que clasificaban –reducían– a los personajes de las grandes novelas, según interpretaciones romas de sus acciones con la lupa de la ideología o los prejuicios. Hoy vamos a peor. Y no en la ficción, en el análisis de personajes novelescos. En la España de 2023 oponerse a la Ley de Amnistía es ser un facha, como lo fue ponerle peros a la del sí es sí, del mismo modo que tratar de entender las razones y estrategias de los adversarios es tibieza o dialogar con vocación de mejorar es falta de criterio. El pensamiento crítico es escaso, lo cual no ha de resultar extraño puesto que lo que más escasea es precisamente el pensamiento.
Hemos llegado a sacralizar la falta de palabra o el incumplimiento de la dada como loable expresión de flexibilidad, cambiando el término engaño o la idea de mentira por el mucho más amable y necesario cambio de opinión. Los juicios previos, o prejuicios, arman argumentos contra el otro, y la disensión se paga con el rechazo o la condena.
En este huracán de reduccionismo no sale mejor parado el lenguaje. No hablo ya de la cosa esa supuestamente inclusiva de extender el género en las frases para que no nos quede nadie fuera, que es una sucursal de esa simpática opinión muy de autoayuda de mercadillo, de que a base de repetir algo se va a cumplir, y la igualdad llegará por la vía de invocarla muchas veces. No. Me refiero a la utilización de las palabras para torcer la realidad en beneficio propio, a la reescritura del relato de la historia según el interés del momento, a servirse de las mismas que se usaron no hace mucho para defender ahora lo contrario. Hace unos días una ministra con galones recién estrenados nos presentaba la amnistía como lo mejor que le va a pasar a este país. Lo mejor. Lo que era imposible e inaceptable, ahora es lo mejor. Simplemente porque interesa al momento y al clan concreto de quien sirve como manjar el plato que ayer estaba podrido.
Tiempos complejos y respuestas simples. La vida real enfrentada a la reducción. Lo simple como realidad cotidiana. Al menos nos quedan las novelas, la ficción. En estos tiempos de fragmentación y muros, sirvámonos de la literatura para comprender de verdad este mundo sacudido por el huracán imparable.
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