Tribuna
¿Y ahora qué?
Algo resulta indudable a estas alturas. Sánchez no dimitirá mientras le quede algo con que pagar a sus socios. La dignidad hace tiempo que no es cosa suya
Esta XV Legislatura se ha caracterizado, desde su inicio, fundamentalmente por dos rasgos: la enorme dificultad para la gobernación del país y las cábalas sobre la posible duración del Ejecutivo, encabezado, al fin, por Sánchez. En apenas un mes, la situación política ha derivado en varias complicaciones, que agravan los pronósticos acerca de la gobernabilidad. Al entusiasmo triunfalista entre las filas del sanchismo, en los primeros momentos, cuando creían asegurarse al menos otros cuatro años en el poder, y la resignación de gran parte de los votantes y de los medios de comunicación de la derecha, le sigue ya el pesimismo creciente de aquellos y una mayor esperanza de estos.
El 10 de enero encallaba en el Congreso el RD de conciliación, que incluía además la reforma del subsidio de paro, anunciado a bombo y platillo por Yolanda Díaz. Podemos aprovechó su oportunidad para vengarse de la vicepresidenta primera. Otros dos RR.DD., considerados trascendentales para la Legislatura, referidos a la rebaja del IVA en la luz y a la subida de pensiones, fueron sometidos también a la aprobación parlamentaria y, a duras penas, pasaron el trámite con el apoyo de Junts, eso sí, tasado onerosamente. ¡Así no se puede gobernar!, clamaron varios altos cargos. Menos de tres semanas después la legislatura está en peligro de concluir de forma abrupta. Ese engendro jurídico llamado Ley de Amnistía que, supuestamente, traería la normalidad política a Cataluña y la armonía con el resto de España, ha sido frenada por el mismo grupo que hizo posible la convalidación de los decretos mencionados.
Lo del martes 30 de enero del 2024 en el Congreso de los Diputados puede que haya sido una jornada histórica por su trascendencia pero, en la forma, se asemeja mucho, a una partida de póker con las cartas marcadas. En la otrora sede de la soberanía nacional, convertida en timba de tahúres, malos, se pudo asistir al juego de dos fulleros que iban de farol. Puigdemont ganó la primera mano, aunque ambos contendientes sabían que ese desenlace podía beneficiarlos. El presidente del Gobierno se presentó como el hombre capaz de sacrificarse, en el momento decisivo, acentuando así el perfil de «monstruos insaciables» que acompaña a la tropa de Junts, con el «prófugo» deseando volver cuanto antes, y la de ERC, con el vizconde de Estremera y algún que otro rufián, preocupados por tranquilizar definitivamente a todos los que protagonizaron los graves sucesos de 2017. Fue sólo un mareo. A la Carrera de San Jerónimo hace tiempo que no llegan los representantes de la Nación. La Cámara Baja se ha convertido en escenario de una serie interminable de despropósitos y a ella acuden los enviados de las naciones decididos a acabar con España con el beneplácito del presidente del Gobierno.
En esta ocasión se ha superado cualquier disparate imaginable. ¿Y ahora qué? ¿Quién aguantará la apuesta? La pregunta no resulta fácil de contestar. Sí ambos mantienen sus posturas, Sánchez está «muerto», pero Puigdemont, también. Sin embargo, Junts se ha apresurado a hacer público su chantaje hasta que se garantice su impunidad por encima de la Justicia y los jueces. Desde Moncloa se deja ver la voluntad del Gobierno de resistir, lo cual equivale al anuncio de que Sánchez volverá a claudicar. Aunque la Comisión Europea anuncie que está investigando la malhadada Ley de Amnistía. Mientras, ERC pide que se apruebe tal y como está; con esto lograría su primer objetivo de momento, aunque ello no impida la huida de alguno de sus miembros como Wagensberg, poco confiado, que ya se encuentra camino de Suiza. Todos tienen prisa porque, como decía Amarillo Slim, «nadie gana siempre en el póker». El resto de los socios aguardan el instante adecuado para incrementar el precio de sus ayudas.
A la vista de lo ocurrido en cinco semanas de legislatura, cabría afirmar que no hay presidente de gobierno ni país capaz de aguantar, no ya cuatro años, ni muchísimo menos. El tiempo parece atrapado en la paradoja entre la fugacidad y la duración incomprensible. Así ocurre que lo sucedido hace un suspiro se pierda en la memoria, o ¿es la memoria lo que hemos perdido? Algo resulta indudable a estas alturas. Sánchez no dimitirá mientras le quede algo con que pagar a sus socios. La dignidad hace tiempo que no es cosa suya, lo demás parece que sí. Se equivoca si piensa que lo peor que le puede ocurrir es salir de La Moncloa como salieron algunos de los anteriores presidentes. Le aterra verse fracasado. Pero lo más duro será permanecer hasta provocar el fracaso colectivo. Cualquiera que sea el desenlace de esta situación insostenible, se deberá a la perversión del juego que él mismo ha impuesto. No parece que pueda deberse a la oposición. Veremos.
Emilio de Diego.Real Academia de Doctores de España.
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