Eleuteria
¿Es el aire acondicionado de extrema derecha?
Europa se empobrece no solo por sus políticas económicas, sino también por una mentalidad que demoniza el crecimiento
¿Es de derechas tener aire acondicionado? La pregunta parece absurda, propia de un titular diseñado para generar clics. Pero no lo es. En Francia, la discusión política y cultural de los últimos días ha girado en torno a esta idea. Y el mero hecho de que semejante debate sea posible refleja hasta qué punto Europa se ha adentrado en una espiral ideológica peligrosa. Los datos son claros. En Europa, solo el 19% de la población tiene aire acondicionado; en Estados Unidos, el 88%. El resultado es que las olas de calor disparan la mortalidad en las ciudades europeas mucho más que en las norteamericanas. No se trata de un capricho, sino de calidad de vida –y, en muchos casos, de supervivencia–.
Una primera explicación es económica: Europa es más pobre que Estados Unidos. Muchos hogares querrían instalar un equipo, pero no pueden permitírselo. Pero el problema no acaba ahí. Francia, uno de los países más ricos del continente, tiene apenas un 7% de penetración. Ni siquiera las escuelas y hospitales públicos cuentan con sistemas de refrigeración. No es falta de recursos: es ideología.
En buena parte de la izquierda europea, el aire acondicionado se percibe como un lujo culpable, un instrumento que «acelera el cambio climático». Usarlo se convierte en una muestra de insensibilidad ecológica. Así, algo tan banal como encender un aparato de refrigeración pasa a ser visto como una adhesión al «negacionismo» y, por tanto, a la «extrema derecha». El problema de fondo es más grave. La izquierda marxista de antaño prometía abundancia: más producción, más prosperidad, más bienestar. Hoy, buena parte de la izquierda europea ha abandonado ese horizonte. Ya no promete más para todos, sino menos, distribuido de forma «justa». Es el credo del decrecimiento: la gestión igualitaria de la escasez. Frente a esta deriva, resulta ilustrativo el contraste con China. Allí, el Partido Comunista no renuncia a la prosperidad: apuesta por producir más, electrificar la economía y, a medio plazo, descarbonizar el sistema energético. En Europa, en cambio, se impone una austeridad ascética que criminaliza el progreso material.
La consecuencia es que algo tan mundano como tener aire acondicionado se ha convertido en una batalla cultural. Y que gobiernos como el de Macron, temerosos de contrariar al bloque ideológico dominante, bloquean su instalación en edificios públicos. Europa se empobrece no solo por sus políticas económicas, sino también por una mentalidad que demoniza el crecimiento. Y ese empobrecimiento, lejos de quedarse en el terreno de lo simbólico, nos afecta –y nos perjudica– a todos.