El bisturí
Incompetentes, mentirosos y, además, prepotentes
En Moncloa deben creerse que los españoles somos imbéciles
En la España de Pedro Sánchez apenas hay algo que funcione bien. Día a día, mes a mes, año a año, la gestión ordinaria de las tareas y los servicios públicos que se encuentran bajo la dependencia, supervisión o simple tutela del Estado empeora sin que los ministros y altos cargos responsables se rasguen por ello las vestiduras o entonen al menos el mea culpa. Del presidente del Gobierno, ni hablamos. Es cierto que el socialismo y el comunismo no han brillado nunca precisamente por sus grandes gestas en el manejo racional y equilibrado de los presupuestos. La historia nos muestra que allá donde han gobernado la izquierda y la ultraizquierda, la gestión de la «res publica» ha sido un completo desastre, ya se tratase se dictaduras opresoras del pueblo o de democracias supuestamente protectoras del mismo. En la URSS surgida tras la revolución rusa, los escolares tenían que aprender de memoria una frase de Lenin para repetirla después cuando acudiera de visita el inspector. «Niños, ¿qué es para vosotros el comunismo?». Ellos debían responder al unísono y en voz alta: «El soviet y la corriente eléctrica». En nuestro país ni siquiera funciona ya esto último, pues los apagones totales y los cortes temporales de luz han entrado de lleno en la larga lista de desatinos en la que figuran los retrasos y la suspensión en la circulación de los trenes, las carreteras agujereadas o repletas de parches, las listas de espera récord para acceder a los médicos especialistas o someterse a una intervención quirúrgica, la demora vergonzosa para conseguir las ayudas para la dependencia, la gestión migratoria, la parsimonia en la tramitación de las ayudas europeas, la contratación raquítica de guardias civiles y policías, o una educación ideologizada que sale malparada en todos los rankings internacionales.
En esta España en la que casi todo funciona mal hay que incluir también la gestión de la lucha contra los incendios, un desastre sin paliativos, como se ha visto a lo largo de este fatídico mes de agosto. El avance de las llamas por la vaciada España autonómica ha permitido atisbar en apenas dos semanas todos los elementos que configuran la esencia del sanchismo: dejadez e incompetencia supina a partes iguales de los altos cargos responsables, aderezados con altas dosis de altanería y prepotencia, burdos intentos de desviar el foco hacia las comunidades para eludir responsabilidades, mentiras mil veces repetidas a través de los altavoces mediáticos afines, maniobras para obtener rédito político del desastre, y propaganda, mucha propaganda. Valga como ejemplo el anuncio estrella del presidente acerca de la creación de una comisión interministerial contra el cambio climático existente desde 2011 y renombrada en 2018, y que su Gobierno nunca activó. En Moncloa deben creerse que los españoles somos imbéciles.
Este epítome de ineptitud y chulería lo concentra Óscar Puente, a quien debería dar vergüenza pontificar después de su nefasta gestión ferroviaria, con miles de damnificados diarios, pero no es el único. La directora de Protección Civil y protegida de Sánchez, Virginia Barcones, famosa por marcharse a Brasil el mismo día en el que estalló la DANA, se ha sumado a un elenco de comisarios políticos metidos a gestores cuyo único mérito para estar al frente de su cargo es haber sido dóciles al partido y a su líder máximo. Con mimbres como estos y otros parecidos no es extraño que todo funcione peor que nunca.