A pesar del...

Altares libres

Rebosan de higiene liberal las advertencias que recoge de los grandes, como Stefan Zweig: «Nunca un derecho se ha ganado para siempre, como tampoco está asegurada la libertad frente a la violencia»

Guillermo Altares defiende muy bien la libertad frente a los fanáticos de todos los partidos, y denuncia las brutalidades que han perpetrado en nombre de Dios, la nación, la raza o la sociedad –Los silencios de la libertad. Cómo Europa perdió y ganó su democracia, Tusquets.

Rebosan de higiene liberal las advertencias que recoge de los grandes, como Stefan Zweig: «Nunca un derecho se ha ganado para siempre, como tampoco está asegurada la libertad frente a la violencia, que siempre adquiere nuevas formas». El libro contiene sabias cautelas popperianas: la historia no está escrita, no es inevitable que los enemigos de la sociedad abierta deban prevalecer, y siempre vale la jeffersoniana sentencia de Moses Finley: «El precio de la libertad es la vigilancia eterna». Y siempre conviene estar en guardia contra el «hombre providencial dispuesto a hacer cualquier cosa para salvar a los ciudadanos de sí mismos», y los «iluminados que piensan que los ciudadanos no sabrían qué hacer con su libertad, por lo que deberían encargarse ellos de explicárselo». Es valiente su defensa de la Transición: «no se debe olvidar que en este país no se produjo ningún pacto de silencio, aunque sí una amnistía, que son dos cosas muy diferentes…la reconciliación no es un mito».

Pero también el libro de Altares es inquietante, por su voz y su silencio. Su voz recuerda la incómoda verdad: nunca hubo ninguna dictadura sin cómplices, empezando por las masas que vitorearon y secundaron a los tiranos. Millones permanecieron en silencio mientras se perpetraban crímenes abominables, encandilados por el colectivismo fascista o comunista.

Pero a la vez que nos interpela para no permanecer callados ante las violaciones de la libertad y el vaciamiento de la democracia, saluda sin titubear los «avances sociales» logrados merced a «un Estado que nos ayuda, en la medida de lo posible, a ser un poco más felices, que nos soluciona problemas, que nos deja crecer». Di un respingo hayekiano, porque no critica Altares el moderno Estado democrático, aunque sí avisa del «poder omnímodo del dinero», como si el dinero que no estuviera en manos del poder fuera digno de recelo. Dinero, leí, y busqué. El libro se burla con razón del absurdo fascista del «impuesto a la soltería», con el que los de Mussolini querían cambiar la sociedad. Busqué más referencias a los impuestos. No hay.