Insensateces
Ancianos
Vivimos en una sociedad que presume de la vida de los de sesenta, pero ha olvidado a toda esa gente anciana que no se queja, que no vota, que no protesta. Ánimo a todos esos hijos que todavía luchan, cabreados y desesperados, por el bienestar de sus padres
Hemos acostumbrado a las mujeres a decidir. Les hemos dicho a las chicas que pueden no ser madres y no pasa nada. Yo no lo soy y, perdónenme, no me siento peor. No me siento ni menos mujer ni menos completa. Elegí no tener hijos conscientemente y aquí estoy, ama seca convencida. Lo de que los hombres aprendan a que haya tías que puedan decidir no ser lo que ellos imaginaban y les enseñaron de pequeños ya lo vemos otro día.
Pero, es verdad, nos encontramos con un problema fundamental si no hay niños: la población envejece. Mucho. Envejece mucho. Y ahí estoy yo, porque no soy mamá pero soy hija de una mujer de noventa y un años. Y me acabo de acercar al mundo de las residencias de ancianos, que son lugares imposibles de pagar, de encontrar y a los que acceder. Y me explico. Vamos a empezar por las privadas. En un pueblo perdido de Extremadura cuesta dos mil euros al mes. ¿Qué pensión de cualquier mayor aguanta eso? ¿Qué ahorro de un jubilado soporta esa presión cada treinta días? En cualquier ciudad pequeña hay pocas, por encima del precio que les he dicho y con una atención que deja que desear en muchos casos. Por qué. Porque el ratio entre trabajadores y residentes no permite que esté compensado el esfuerzo de la gente que se ocupa de los mayores. Ni el ratio, ni el sueldo, ni el tiempo que les pueden dedicar. Benditos auxiliares, qué trabajo tan difícil.
Y ahora vamos a las públicas. La Ley de Dependencia establece que, el máximo para que a un mayor, con los informes médicos pertinentes, le reconozcan su grado son seis meses. Nunca se cumple por la lista de espera. Lista de espera que también atañe a la residencia, así que cabe la posibilidad que de pidas plaza y el anciano no llegue. O no llegues ni tú, ni tu capacidad, ni tus límites.
Vivimos en una sociedad que presume de la vida de los de sesenta, pero ha olvidado a toda esa gente anciana que no se queja, que no vota, que no protesta. Ánimo a todos esos hijos que todavía luchan, cabreados y desesperados, por el bienestar de sus padres.