Tribuna
Austria en la encrucijada
Los defensores de los cordones sanitarios a partidos radicales pretenden ignorar una realidad: que las «cuarentenas» no producen una desaparición milagrosa de las fuerzas que pretenden marginar; al contrario, actúan como incubadoras
Por primera vez en su historia, el gobierno federal de Austria estará, muy probablemente, presidido por un representante del Partido de la Libertad (FPÖ). En las elecciones generales del pasado mes de septiembre, el 29% de los votantes austriacos depositaron su confianza en este partido de la derecha populista más radical, convirtiéndose así en el partido más votado.
Desde entonces, socialdemócratas, populares y liberales estuvieron embarcados en negociar una coalición de gobierno orientada a mantener el FPÖ fuera del futuro gobierno. La empresa fracasó y la aritmética electoral condena a Austria ahora a un gobierno entre el Partido Popular austriaco (ÖVP) y la extrema derecha, ganadora de los comicios. Es más, el ÖVP se sitúa en una posición negociadora débil, pues la opción de una nueva cita electoral sólo aventajaría a la derecha radical, que en intención de votos alcanza ya el 37%.
Los austriacos están divididos entre los que defienden un llamado cordón sanitario al Partido de la Libertad y aquellos que consideran deseable o al menos aceptable que asuma la responsabilidad de gobernar.
A diferencia de Alternativa para Alemania y partidos análogos de reciente aparición en otras democracias europeas, el FPÖ lleva desde hace siete décadas siendo un factor de peso en el panorama político austríaco. Con representación parlamentaria desde la fundación de la Segunda República en 1945, creció notablemente en los años 1990 hasta cosechar el 27% de los votos en las generales de 1999. El entonces líder del centro derecha, Wolfgang Schüssel, invitó al FPÖ a compartir el gobierno en una coalición de derechas.
Aquella atrevida maniobra política fue entonces considerada escandalosa por los líderes de muchos otros estados miembros de la Unión Europea. A un partido radical como el FPÖ hay que mantenerlo alejado del ejercicio del poder ejecutivo. El Consejo Europeo impuso sanciones políticas contra con su nuevo gobierno por supuestamente poner en peligro el Estado de derecho, las libertades fundamentales y con ello la misma democracia. Un año más tarde, estas sanciones cayeron por su propio peso. No solo no se había producido una degradación de la calidad democrática de Austria; también fue creciendo el rechazo al proyecto de integración europea por unas sanciones consideradas como censura a la libre determinación del pueblo.
Los defensores de los cordones sanitarios a partidos radicales pretenden ignorar una realidad: que las «cuarentenas» no producen una desaparición milagrosa de las fuerzas que pretenden marginar; al contrario, actúan como incubadoras: la sensación de ser despreciados y descartados puede llevar a la radicalización de sus votantes, la pérdida de confianza en el sistema democrático y, en último término, a su rechazo.
Lo que movió en 1999 al canciller Schüssel a gobernar con la derecha radical fue hacer ver a los ciudadanos la verdadera cara del populismo. En los tres años en el gobierno, la responsabilidad gubernamental sometió el FPÖ a un profundo desgaste. Perdió dos de cada tres votantes, hasta quedar en las elecciones generales de 2002 en apenas el 10%.
La misma dinámica volvería a producirse entre 2017 y 2019. Tras capitalizar el voto protesta tras las crisis financiera, económica y migratoria, el Partido de la Libertad llegó a superar el 26% en las generales de 2017. Al igual que casi veinte años antes, el ÖVP optó por un gobierno de coalición con los radicales. En las elecciones anticipadas de 2019, tras solo 24 meses, el FPÖ había perdido un 40% de los apoyos.
¿Existen diferencias entre 2025 y 1999/2017? Hay al menos dos muy significativas: la primera, que ahora el FPÖ es el partido que dirigirá el gobierno. La enorme frustración con el gobierno centrista saliente formado por populares y Verdes le ha llevado, por primera vez en la historia de Austria, a situarse como primera fuerza política. Desde la Cancillería gestionará una cuota de poder institucional nunca vista y marcará la agenda política del gobierno más decisivamente que en ocasiones anteriores.
Otra diferencia es la capacidad de su líder y futuro primer ministro. Herbert Kickl es un gran estratega y excelente comunicador. Integra sensibilidades distintas del partido, desde los sectores ideológicamente más extremistas hasta el voto protesta, pasando por conservadores tradicionalistas que han abandonado al Partido Popular. Además, es más pragmático que anteriores líderes como el carismático Jörg Haider y no rehusará compromisos políticos para intentar mantenerse en el poder.
En esta tesitura, ¿tiene algún sentido volver a intentar forzar un cordón sanitario a un FPÖ en auge aparentemente imparable?
Parece plausible –y la reciente historia en Austria lo atestigua– que lo único que puede desinflar el FPÖ, y en general parar el auge de fuerzas populistas, es desenmascararlos mediante la responsabilidad de gobierno. Solo evidenciando ante los electores que sus promesas no son realizables, pueden mantenerse bajo control en el medio y largo plazo. Sería profundamente irresponsable no frenar su crecimiento antes de que alcancen la fuerza suficiente para gobernar en solitario o con el apoyo de otras fuerzas políticas irresponsables o antisistema.
José Manuel Sáenz Rotkoes profesor de Relaciones Internacionales de la Universidad Pontificia Comillas.