Apuntes

Las autonomías. ¡Qué gran invento!

No se aprecia el modelo hasta que se ve a la horda de Frankenstein con el PNV tocando la trompeta

Tomemos como ejemplo al PNV, ese partido presuntamente demócrata cristiano, con su lema de «Dios y leyes viejas», convertido en escudero del progresismo más recio y apoyando «leyes nuevas» como el aborto, la eutanasia, la autodeterminación de género y la de bienestar animal. ¿Contradicciones? Pues alguna habrá, pero en los regímenes clientelares las cuestiones de orden moral pasan a un segundo plano, porque de la moral no se come. La cuestión es que el PNV parte de una situación privilegiada, esa sí de leyes viejas, que es el concierto económico del País Vasco y su fiscalidad propia, que le permiten operar en progresista de cintura para abajo y en conservador de cintura para arriba, consciente, aunque se podría decir que sobrado, de que los hachazos fiscales se los comen los que viven al sur de Pancorbo y de que siempre hay un artículo en el Estatuto con el que dar la murga en el Constitucional cuando una ley estatal, la de vivienda, por ejemplo, viene a tocarle las narices y a ver qué pumpido tiene bemoles para llevarles la contraria, que ha parado al PP y sus cinco votos han subido de precio. Me dirán que estoy comprando el discurso de la malvada ultraderecha, pero nada más lejos de mi intención. En primer lugar, porque lo del PNV es una anomalía política, de esas de domingo de misa mañanera y respaldo vespertino a las radicales abortistas, y, en segundo lugar, porque estoy convencido de que, si no fuera por el estado autonómico, la mayoría de los españoles iban a estar bien jodidos. Pongamos que hablo de Madrid. Gracias a que somos una comunidad autónoma el látigo gubernamental cae con menos fuerza. No tenemos que hacernos preguntas existencialistas, no volvemos a pagarle al Fisco los impuestos que ya pagaron nuestros padres y abuelos por la casa familiar, la burocracia es menor, bares y restaurantes disfrutan de vidilla administrativa, los autónomos tienen mayor respaldo, la competencia comercial crece, se crean riqueza y puestos de trabajo, te aminoran el IRPF y si, con un poco de suerte, Ayuso consigue reformar la legislación urbanística, lo mismo no hay que esperar 20 o 30 años a que los jueces dejen de marear la perdiz, se puedan agilizar los desarrollos inmobiliarios y la gente consiga acceder a una vivienda digna y a no tener que pagar 500 euros al mes por el alquiler de una habitación. Porque Madrid es la antítesis de lo que ha significado este gobierno y el espejo que le dice a Pedro Sánchez que no es el más guapo. Tal vez no se pueda escapar del sanchismo, pero, al menos, las autonomías regionales, con su corpus legislativo, aminoran sus efectos más perversos. Es cierto que, desde otras comunidades, gobiernos socialistas que habían hecho de la explotación fiscal una de las bellas artes acusaban a Madrid de ser una «aspiradora de recursos», pero, poco a poco, el personal va comparando y acaba por quitarse de francinas y compromises, gentes que siempre están con la tabarra ideológica encima del ciudadano del común, que, mayormente, sólo pide que le dejen en paz y no le echen más gabela sobre el respirar. Pero, claro, al que le guste lo otro, pues ahí están las urnas autonómicas. Ventajas de nuestro sistema territorial que uno no aprecia en toda su magnitud hasta que ve en el horizonte aproximarse la horda de Frankenstein, con el PNV tocando a pleno pulmón la trompeta. Mil gracias, apreciada Isabel.