El Estado del Mundo

Turbantes en El Cairo

La Razón
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El gran ayatolá Jamenei se frota las manos, o sus blancas barbas, que no sé qué da más miedo. El líder Supremo de la Revolución iraní, al que no le ha elegido en las urnas ni su santa madre, anda encantado el hombre por el efecto dominó que Túnez está provocando en el mundo árabe. Ni corto ni perezoso se largó el pasado viernes una soflama en plan "hooligan"con turbante en la que poco menos que nos amenazó a todos con la reconquista mora de Occidente. Según Jamenei, las revueltas populares en Túnez y Egipto son una "señal del despertar islámico"en el mundo. "Los acontecimientos actuales en el norte de África, en Egipto, Túnez y otros países -prosiguió en su habitual tono monocorde, impropio de un telepredicador del siglo XXI-, tienen una significación particular para nosotros". Durante la oración en la universidad de Teherán -ahí es nada- el barbudo líder comparó la situación actual en esos dos países con el triunfo de la revolución islámica en Irán, en 1979. Jamenei aseguró que Occidente ha construido regímenes para establecer sistemas corruptos en Oriente Medio instalando líderes serviles, como el "sionista"Mubarak, como se refirió al todavía presidente egipcio. El guía espiritual de la revolución iraní, experto en aplastar a la disidencia a palos, está de borrachera (ideológica, claro) celebrando por anticipado la caída del régimen egipcio, cuyos servicios de inteligencia han prestado una inestimable ayuda a los gobiernos del mundo libre (ya saben a cual me refiero, al que garantiza los derechos fundamentales) para mantener una aparente y fragilísima estabilidad en la región.

Confieso que siento simpatía por quienes se están jugando la vida para exigir libertad en todo el Magreb y en parte de Oriente Medio, cuyos países son rehenes de dinastías autocráticas desde hace décadas cuando no de emires y reyes despóticos aún más peligrosos, pero el solo hecho de que Jamenei apoye las revueltas me hace replantear las cosas. Puede que quizá valga la pena hacer una transición ordenada antes de que los Hermanos Musulmanes, la vertiente más radical en Egipto, saquen tajada en una nación clave para controlar el islamismo.

Cuando en 1992, el Ejército argelino suspendió la segunda vuelta de las legislativas después de que el Frente Islámico de Salvación arrasara en la primera ronda, y se instauró el estado de excepción que aún perdura hoy, la mayoría de potencias -entre ellas Francia y España, que mantuvo por siglos plazas en la zona, como la de Orán- respiraron aliviadas. El FIS fue proscrito y la experiencia democrática pluripartidista eliminada. El gas argelino fluyó a España y otras partes para calentar nuestros traseros en el crudo invierno. Y de la democracia, no se acordó ni el gato. Tan contentos.

Algo parecido pasó en Túnez, pasa en Marruecos -secuestrado por la férrea monarquía de Hassan II, primero, y ahora de Mohamed VI, su "peculiar"heredero- y se extiende por Siria, Jordania y más allá. Nos vendamos los ojos para detener el islamismo y dimos carta blanca a nuestros aliados que, con el tiempo, han degenerado en dinastías despóticas.

Ahora las ciber-revoluciones "twitteadas"cuyo respaldo y origen se desconoce y en las que cientos de jóvenes idealistas se están jugando su futuro y su vida pretenden derrocar esos regímenes y liberar el mundo árabe. La cuestión es saber si los islamistas que Jamenei respalda dejarán que el aire fresco de la libertad penetre para quedarse siempre o cerrarán otra vez las puertas de la democracia en cuanto alcancen el poder. ¿Mubarak o los barbudos? Difícil elección.