Apuntes

Es cansino ponerse siempre del lado de la bruja

Si, como dice la Montero, todo es violencia sexual, a la postre, nada será violencia sexual

Soy madridista y, como pueden certificar mis compañeros de la sección de Deportes, no entiendo nada de fútbol. Es decir, o el Real Madrid gana la Copa de Europa –la Champions, creo que se dice ahora– o lo demás carece de la menor importancia. Por supuesto, no he visto un partido de fútbol femenino, aunque reconozco que el chut cruzado, con la izquierda, de Olga Carmona en la final del Mundial, que lo vi en el YouTube, es un portento que firmaría cualquier balón de oro. Con esta declaración previa pretendo explicar que no sabía quién era el tal Rubiales y que he tenido que tirar de la Wikipedia –perdona director, nunca más lo volveré a hacer, pero me pillas de paella en Oliva– para enterarme de qué es la RFEF, el CSD, la FIFA, la UEFA, el TAS y los sindicatos varios. Un lío de entidades que, en cualquier caso, mueven mucha pasta. Por supuesto, he visto los vídeos de la tocada de huevos, el alzamiento de Rubiales, el «pico», la rueda de Prensa del «no dimitiré», el informe del asesor de acoso, a las chicas cantando «Rubiales queremos otro beso», a la ministra en funciones Irene Montero hablando de violencia sexual, a los distintos partidos políticos pidiendo cabezas, a la Fiscalía incoando expedientes y, por fin, a la muchedumbre enarbolando las antorchas con las que prender fuego a la pira de la bruja. ¿Y qué nos decía a los periodistas el gran Indro Montanelli? Pues que nuestro deber, cuando viéramos el humo en lontananza y a la masa alzando las horcas, era ponernos del lado de la bruja que iban a quemar. Que, tal vez, arderíamos con ella, pero que no teníamos otra opción. Hombre, Rubiales no es, precisamente, el arquetipo de bruja que apetece salvar. Es un tipo zafio, con nada de glamour, que se toca los genitales en plan «ahí tus huevos», que maneja presupuestos millonarios en un mundillo de clubs caninos de pasta, siempre en la cuerda floja; algo mujeriego y, sobre todo, valladar infranqueable de cualquier proyecto sobre el futuro del fútbol que ponga en peligro el statu quo actual. Ahora bien, la cacería de la que viene siendo objeto, con Echenique en pleno sofoco pidiendo el frasco de las sales, la ministra Irene Montero, en funciones, sobreactuando en la mejor tradición de Sarah Bernhardt; el presidente del Gobierno, en funciones, remedando el «aquí se juega, qué espanto» del comisario Louis Renault, y Jorge Vilda en el papel de «tú, también, Bruto, hijo mío», no tiene un pase. Que toda la potencia de la Administración del Estado, de los medios de comunicación, de las redes sociales se posicionen unánimemente contra una persona, conformando un tribunal con mil cabezas que gritan al unísono «¡culpable!», tiene resonancias de otros tiempos que, uno, creía felizmente superados. Y con un problema añadido, que debería preocupar especialmente a las mujeres. Si, como dice la Montero, todo es violencia sexual, a la postre, nada será violencia sexual. No sé lo que es ganar un Mundial, pero, un día, marqué un gol de cabeza en la Chopera del Retiro y fue una sensación de felicidad brutal, que aún perdura. Por lo tanto, no tengo demasiados problemas a la hora de entender la euforia de un tipo como Rubiales, hombre de fútbol, que contra todo pronóstico y defendiendo hasta las últimas consecuencias al seleccionador nacional, que era objeto de una rebelión interna, es el presidente de la RFEF cuando las féminas de España ganan el campeonato del mundo, el segundo, después de Suráfrica. Sin duda, lo ha hecho mal. Pero, también, Jenni Hermoso falló un penalti...