Aquí estamos de paso
Al César lo que es del César
No se puede obviar el papel de Sandra Ibarra y su Fundación en el impulso de esa nueva mirada al cáncer desde el valor de la supervivencia y la exigencia social de su atención
En la campaña de los muertos vivientes, cuando Bildu agita la memoria dolorosa de los crímenes de ETA y se ve obligada a recular asegurando que los más sangrientos no tomarán posesión del cargo que obtengan –doble burla democrática, por cierto: pedir para ellos el voto y ningunear a sus votantes–; en esta campaña de las promesas incesantes y la candidata que suma tanto que hace campaña por tres partidos distintos; en la campaña que Sánchez ha convertido en una suerte de plebiscito a modo de primera vuelta para las generales de final de año, le ha caído el gordo a unos dos millones de supervivientes de cáncer en España. Son los que hay. Son los mismos a quienes, sin reconocerlo, les negaban seguros médicos, seguros para hipotecas, algunos créditos bancarios y en no pocos casos un puesto de trabajo. El estigma del cáncer superado pesaba tanto como para convertirse en un lastre que añadir al sufrimiento provocado por la enfermedad. Pero Sánchez ha tomado el tema como suyo, y al abrigo de una iniciativa legislativa que ya había puesto en marcha su partido para cumplir la legislación europea, ha prometido que el mes próximo llevará al Congreso una ley de Olvido Oncológico que permita a los pacientes que, como sucede con los de VIH, sus historiales de cáncer desaparezcan de los archivos y no puedan ser utilizados en su contra.
Hay que saludarlo. Y hacerlo sin fisuras. Es una promesa más, ciertamente, y de Sánchez, pero tan necesaria y posible –ya digo, está en marcha una iniciativa legislativa del Partido socialista que ha recibido el visto bueno de todos los partidos, menos Vox– que no cumplirla es casi una afrenta.
Lo relevante es que por fin un presidente de gobierno introduce en su agenda un asunto tan importante social y sanitariamente como olvidado por todos los partidos y gobiernos sin excepción. Hasta ahora.
¿Qué hay elecciones? ¿Qué lo estaba tramitando ya su partido? Lo que usted quiera. Pero nunca había estado en la agenda política la supervivencia de cáncer.
Al César lo que es del César.
Y en la misma línea hay que aplaudir y celebrar el mérito de una organización no gubernamental que lleva años tratando de abrir caminos de atención hasta ahora inexistentes para los llamados largos supervivientes de cáncer. La Fundación Sandra Ibarra de Solidaridad Frente al Cáncer puso sobre la mesa hace tiempo la necesidad de contemplar la atención a los pacientes cuando reciben el alta. Y lo llevó a Bruselas. El Sistema se olvidaba de ellos –«si te has curado ya, ¿de qué te quejas?» escuchaban siempre, como repite Sandra Ibarra–. Pero no. Quedan secuelas de los tratamientos, y algunas graves, hasta imposibilitantes. Entre ellas, esa doble o triple condena de la enfermedad, sus efectos, y el absurdo estigma de los antecedentes.
Si hay que aplaudir ese primer paso de colocar en la agenda política a los supervivientes, no se puede obviar el papel de Sandra Ibarra y su Fundación en el impulso de esa nueva mirada al cáncer desde el valor de la supervivencia y la exigencia social de su atención.
Los pacientes se sienten solos a menudo. Los supervivientes casi siempre. Hoy lo están un poco menos porque hace años alguien empezó a poner la lupa en sus problemas.
Al César lo que es del César.
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