Editorial

El cesarismo fulmina la democracia interna

La degeneración del partido que fue de Estado es una mala noticia para la democracia, pero todavía es peor que su líder se haya convertido en la principal amenaza

El ministro Félix Bolaños madrugó ayer para vender las virtudes del PSOE. En principio, no debería ser preciso que un partido que se desenvuelve en un régimen liberal reivindicara su carácter democrático. Se le supone. Pero el titular de Presidencia, Justicia y Relaciones con las Cortes lo hizo acentuando que lo es «profundamente». Viene a cuento por el proceso de renovación de los liderazgos en distintas federaciones del partido, especialmente las de Castilla y León y Andalucía, que se precipitaron en las últimas horas después de los sucesos de la Comunidad de Madrid y lo que está por llegar. Esas carreras por el poder regional se han manifestado por ser extraordinariamente cortas, sin intercambio de pareceres ni proyectos alternativos ni votaciones. El primer y fundamental elemento vertebrador ha sido que todo ha llegado atado y bien atado desde Madrid. Como ya hiciera con la democracia interna y los equilibrios orgánicos en su segunda etapa como secretario general, Pedro Sánchez ha encontrado un nuevo sentido para las primarias en el partido que consiste en que se presente un candidato único, el suyo, es decir que los militantes asistan como convidados de piedra desde una barrera virtual y aclamen el dedazo del líder. Nos cuesta reconocer en estas prácticas promovidas por el sanchismo algo parecido al viejo PSOE, aquel en el que quien se movía no salía en la foto, pues en el contemporáneo el secretario general ha suprimido hasta la foto. Así que, encomendándose a sí mismo, ha emplazado a sus alfiles en las diferentes federaciones críticas, más allá de algún resistente o reticente con peso declinante que persigue sombras como si estuviera vivo políticamente hablando. Nos da más pistas sobre lo que aguarda y las bazas que piensa jugar Moncloa la irregular circunstancia de que los principales elegidos para encabezar las estructuras regionales sean ministros. Que la acción del gobierno se ponga al servicio de las candidaturas socialistas lo damos por descontado como Diana Morant ha demostrado en la Comunidad Valenciana con la dana y Óscar López hace desde el atril del Ministerio en su descriptible papel de azote de Díaz Ayuso. Como ni la integridad ni el juego limpio jalonan a esta administración, la más que probable designación de la titular de Hacienda, María Jesús Montero, como líder de los socialistas andaluces, debería disparar todas las alarmas de la Junta de Juanma Moreno. Su adversaria, la jefa de la oposición, maneja la financiación autonómica. Voces como Tudanca en Castilla y León o Lobato en Madrid, que en algún instante pretendieron ir por libre, son historia, al igual que Juan Espadas, también amortizado. El cesarismo de Pedro Sánchez ha fulminado los restos de democracia interna y el PSOE es una megaestructura dedicada de manera exclusiva al afán de supervivencia y poder del secretario general corrupción mediante. La degeneración del partido que fue de Estado es una mala noticia para la democracia, pero todavía es peor que su líder se haya convertido en la principal amenaza.