Tribuna

En clave nacional

Pocos piensan en cómo vertebrar esta España de un joven siglo XXI con sus viejos y nuevos problemas. Con sus antagónicas visiones. Con sus pluralidades y riquezas. Pero también con su vieja miopía, torpe y desaliñada.

En el centenario de la obra orteguiana «España invertebrada» este país empeñado en cabalgar a lomos de mula vieja sigue en la elipsis de sus complejos endémicos y empeñado en la fractura. Tal vez es el sino de los españoles. Un sino amargo, catódico y poco esperanzador. Esos mismos que recelan de sentirse orgullosos de serlo y del gran país que tenemos. Una parte cuando menos acostumbrados y educados en la permisividad de la diferencia, la prebenda y el dislate de una forzada asimetría. Durante décadas escuchamos aquello de la España asimétrica, la que se construyó en cierto modo con la anchura consciente de la Transición y una Constitución donde cabíamos y cabemos todos, con o sin hechos diferenciales y nacionalidades históricas. A historia no ganan unas en detrimento de otras. Al contrario.

No hay estado federal en el mundo donde un estado tenga tantas competencias como alguna de nuestras comunidades. Y sí un acomodo y una cámara alta donde todos están cómodos pero también donde la federación ha recuperado competencias y centralizado. Sólo así se asegura una hipotética igualdad a todos los ciudadanos cuando se permite o ha permitido lo contrario. Aquí se habla con la poco benevolente expresión del «encaje» de diferencias, derechos y privilegios que en cierto modo lo niegan a otros.

En clave nacional es posible que se diriman unas elecciones. Que se juegue con la geometría variable de los apoyos y las tensiones. Pero hoy, si cabe más que ayer, el interés nacional de una próxima gobernabilidad debería copar absoluta centralidad. Sin embargo por desgracia, esto no prima ni quiere ser primado. La lucha cainita por el poder tiene y tendrá un altísimo coste que pagaremos todos y puede incluso tensiones a las comunidades autónomas con la financiación como eje medular. Pues aquí radican buena parte de los problemas y acicate de las diferencias en un sempiterno minifundismo mental.

Solo los términos clave nacional levanta sarpullidos. La moneda de cambio es otra. Contentar a partidos nacionalistas y al tiempo secesionistas. Contentamientos de chequera y competencia. De traspasos y ninguneos al estado y la fuerza del estado flexibilizando el ordenamiento jurídico y sus interpretaciones en un consciente dejà vu. Malos tiempos para la lírica de España. El circunloquio de la vaguedad de ideas y el oportunismo interesado ganan. Cortoplacismo de intereses y poder por el poder sin crítica ni responsabilidad y altura de estado.

Hoy hay una pregunta clara, qué gana el PNV con el Partido Socialista que no gane con el Partido Popular. Ambos concederán por ese apoyo. Tal vez será el límite y umbral de la concesión la diferencia o el miedo ya a la irrelevancia de volver a perder el poder en País Vasco pero esta vez basculando hacia Bildu. La clave está en estos y en Junts. Pero jamás será una clave en interés nacional de todos los españoles. Como tampoco sería posible un bipartidismo de dos que suman 16 millones de votos.

Vox está en caída libre. Sus pendulaciones de criterio y actuaciones ya pasan factura. Mucho de ese voto volverá al PP. Sumar es una coalición solo electoral. Las tensiones son una realidad que devorará a la coalición de intereses superficiales. Cualquier alianza con ambos terminará debilitando a quien salga investido para consensuar y lograr apoyos a cualquier norma. Altura de miras no concilia con afán de protagonismo y primacía de lo propio y el interés personal y egoísta.

Pase lo que pase en las próximas semanas, haya o no gobierno y repetición de cita electoral, la caída de peso y votos de Vox y Sumar forma parte del ciclo político que está a punto de colapsar. El que arrancó en 2015 y que una década después agoniza. Los nuevos o han desaparecido o se están diluyendo a pasos agigantados. Se contaminaron de los mismos males y sus líderes se creyeron ungidos por la deidad de la vanidad. El resto guerras intestinas.

¿Quién representa hoy mejor el interés y sentir mayoritario de los españoles? La respuesta es sencilla. Más las reglas democráticas también son igualmente claras. Pero un gobierno débil y dependiente de circunstancias y coyunturas ajenas e interesadas nace absolutamente lastrado y con un tiempo efímero. Tiempo que quizá no nos podemos permitir. Al menos la profecía de Bismarck sigue viva.

Al galope definía Ortega, España es esa polvareda que queda en el camino cuando pasó un gran pueblo. Un gran país. Pocos piensan en cómo vertebrar esta España de un joven siglo XXI con sus viejos y nuevos problemas. Con sus antagónicas visiones. Con sus pluralidades y riquezas. Pero también con su vieja miopía, torpe y desaliñada.

Se sentarán a hablar de pensiones, de sanidad, de educación, de deuda, de estructura económica, de futuro,... me temo que no. Solo de reparto. De negaciones a otros. De privilegios y prebendas y de que nada cambie para los que sienten que nada debe cambiar respecto a ellos y que la diferencia siga existiendo. Ellos deciden. Ni en un caso práctico de laboratorio era imaginable esta situación. Todo depende de la llave del nacionalismo. Pero a veces esa llave está oxidada como también la cerradura.