Julián Cabrera

«11S» - «14N»

La Razón
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Han pasado catorce años y dos meses pero recuerdo con la misma nitidez del momento, la cara del ex presidente Aznar y de algunos miembros de la delegación que le acompañaba en su visita oficial a Estonia, al contemplar en una de las televisiones del lobby del hotel de Tallin cómo se derrumbaba la primera de las torres gemelas de Nueva York. El «shock» de esas primeras imágenes devastadoras dificultaba intuir la envergadura de un desafío que se mostraba con intenciones de largo recorrido, pero no impidió sin embargo que pudiera escuchar en boca de uno de esos por entonces colaboradores del jefe de gobierno español dialogando con los periodistas que le acompañábamos –ya se derrumbaba la segunda torre– una frase especialmente premonitoria: «Este espanto que vemos es una entrada al siglo XXI por una puerta de sangre y fuego».

Después vinieron los atentados del «11-M» en Madrid, Bali en 2002, Ámsterdam en 2004, Londres de 2005 y una sangrienta sucesión con últimos corolarios en «Charlie Hebdo» el pasado enero, en Ankara hace unas semanas y nuevamente en París este viernes negro. Y hoy la pregunta es, qué ha cambiado o qué se ha avanzado entre aquel «11-S» y este «14-N», ciento setenta meses después.

La respuesta no es de dirección única y hasta puede venir dada por otro elenco de preguntas, por ejemplo qué está pasando para que segundas o terceras generaciones de inmigrantes acogidos por países como Francia renieguen de esa cultura que de entrada les ha garantizado sanidad y educación gratuitas o unas libertades inexistentes allá de donde sus padres tuvieron que emigrar o huir. ¿Por qué se odia a quien te ha dado acogida?

Habrá que empezar a cuestionar más de un discurso «progrebuenista». No se trata de poner bajo sospecha a quienes huyen de la guerra y la miseria, sino de salvaguardar del terror esas libertades y ese bienestar que precisamente estos anhelan encontrar en el «paraíso» europeo hoy objetivo de fanaticos criminales.

Tal vez lo que toque no sea echarse las manos a la cabeza cuando se plantea la suspensión temporal o la revisión del acuerdo de Schengen sobre libre circulación en las fronteras europeas, o clamar contra la restricción de puntuales y casi anecdóticas libertades individuales cuando en las estaciones de tren o sobre todo aeropuertos nos conminan a quitarnos los zapatos o somos objeto de un «cacheo». Seamos coherentes si queremos estar a la altura de lo mucho que nos jugamos.

Hoy, años después de aquella puerta de sangre y fuego del 11-S evidenciamos una cierta inanición en una Europa cuyos gobiernos instalados en la cultura del bienestar no han acabado de asimilar que la necesaria e inevitable actuación sobre el terreno en el nido de la serpiente debe prevalecer sobre los costes electorales que supone la repatriación de ataúdes, salvo que se pretenda seguir fiándolo al amigo marine americano. Por cierto... qué bueno ver a Hollande recibir el apoyo de Sarkozy y de todos los partidos tras una masacre terrorista.