El desafío independentista
452.000 razones... y más
Ya sabemos que ha habido muchos «mochileros» cometiendo la barbaridad de bañarse en la fontana de Trevi, ellas imaginando ser Anita Ekberg, ellos sintiéndose Mastroianni y a eso, como a otros excesos, había que ponerle límite para proteger los entornos. Pero aquí no parecemos conocer la medida; tan pronto se permite que ordas de adolescentes ebrios conviertan Salou o Magaluf en un estercolero de orín como se trata a patadas al turista tal como ha apuntado el presidente Rajoy. «La turismofobia marca el verano en España», cuando tan sólo hace unos días encontrándome fuera de nuestro país me topaba con estos titulares de prensa extranjera se me disiparon todas las dudas a propósito de la cuestión española que con toda lógica atrae la atención exterior. La batalla de la imagen, o para ser más exactos, la de la pésima imagen para una nación, está siendo ganada por un puñado de vándalos. No llegaba la hora de decir «basta» ante un fenómeno cuya erradicación pudo y debió concretarse en cuestión de días, si no horas.
Y ahora resulta que el problema empieza a «salirse de madre» y hasta se cuela en el despacho de trabajo del Rey y el presidente en Marivent. No se trata de violencia de primerísimo orden, pero seamos claros, si una acción legítima de las fuerzas del orden –empezando como es obvio por las que dependen de la administración municipal de Barcelona– no se acaba de concretar porque la línea separadora entre estos actos y la tensión del desafío independentista es demasiado difusa –y esto parece ser parte de la madre de este cordero– entonces cabe pensar que se está haciendo un pan como unas tortas.
Lo de no sacar los pies del tiesto antes del 1 de octubre para no dar argumentos al secesionismo tiene toda la lógica, pero tampoco debe perderse la perspectiva y cuando por ejemplo Ana Gabriel desafía a PP, PSC y Ciudadanos con un «nos vemos en la calle» convendría hacerle ver a la diputada de la CUP que hay una ley igual para todos que protege a los ciudadanos, sean españoles o turistas extranjeros de cualquier amenaza de violencia y que España no es esa Venezuela donde la propia Gabriel no ha tenido reparos en presentarse más o menos de incógnito para apoyar al régimen del sátrapa Maduro. Allí por cierto está más que justificada una lucha en la calle que reclama por las libertades robadas.
Los radicales de Arran –muchos de ellos menores– no pueden recibir un tratamiento como aquel de Arzallus calificando a los «kaleborrocas» de Jarrai de «estos chicos». Pero aprovechando el «tirón» no sería desdeñable aplicar, con la ley en la mano, alguna receta que ya sirvió para Jarrai como fue la de obligar a los padres a pagar los destrozos de los «nenes». Eso para empezar y cuanto sea necesario para continuar. Hágase por los casi tres millones de españoles –452.000 catalanes– que viven del turismo, por la imagen de país y por que unos pocos «cerebros rapados» no nos den el veranito.
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