Estocolmo

547.890

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Con este redondo guarismo las estadísticas oficiales dan noticia de los españoles que han abandonado el país en solo los dos primeros trimestres del año. Si somos 46 millones, a vista de pájaro no parece una cifra referencial, no indica proporcionalmente nada relevante, pero la izquierda apocalíptica y hasta sicofantes del PSOE la utilizan como número cabalístico del derrumbe moral y económico de la nación. La libre circulación de personas en la UE impide censitarlas y sólo queda preguntar en los aeropuertos y en los vuelos de bajo coste cuál es la razón del viaje. Muchos jóvenes irán de Erasmus, o a fregar platos en Londres para aprender inglés, o de mochileros o aventureros de «On the road» como el Jack Kerouac de cuando éramos beat. Habría que contar a esa inteligente tribu de profesores de español que saltan de un país a otro sin pretensión de volver a casa y siguen las pisadas de Fernando Sánchez Dragó. Los sentimientos son transnacionales y los hay que acaban en Osaka en pos de una japonesa. Incluso la cifra esotérica que todo lo abarca incluirá a los turistas que existen pese a la crisis. La izquierda tremebunda interpreta en todos los foros que ése es el número bimestral de españoles que han abandonado su país no encontrando en el propio ni trabajo, educación, sanidad, prestaciones o aliciente alguno y sólo hambruna infantil. Conozco a una chica sin perspectivas que marchando a Alemania encontró allí ocho millones de «mini-jobs» y gana 200-300 euros en trabajos de menudeo durmiendo en un albergue. Quiere regresar a nuestra desolación centroafricana. En Estocolmo, cuna del Estado del Bienestar, me han cobrado por acto médico tras una hora de espera en urgencias. 547.890 ciudadanos dan para todo y cada uno tiene su novela, pero aducir que esa es la señal inequívoca de nuestra irreversible decadencia o el regreso a los 50-60 es propio de la demagogia de nuestros currinches populistas que sí han encontrado empleo aforado en España.