Cristina López Schlichting
Abrirse, no cerrarse
Hay cien mil policías y militares en estado de alerta en Francia. La crisis económica ha sacado a unos violentísimos sindicatos a las calles, los «hooligans» se enfrentan a puñetazos por la Eurocopa y el islamismo terrorista no cesa. Es muy difícil la cuadratura del círculo en este momento histórico, que está haciendo crujir las cuadernas del continente. Por un lado, miseria y guerras desplazan masas de población gigantescas, millones de personas que no entienden por qué tienen que resignarse a sufrir en Siria o Mali y que pugnan por compartir la vida en el mundo ideal. Por otro, una hidra de muerte recorre el Islam y convence a muchos de sus hijos para hacer la yihad violenta a Occidente. Desgraciadamente, ésta es una guerra sin fronteras, donde el virus letal se inocula a veces entre nuestros hermanos, los árabes inmigrados que buscan un porvenir. Ha bastado una crisis económica brutal para prender el veneno de los populismos, esos cuentos para viejas que consisten en vender la solución fácil a todos los males a cambio de la guerra contra otros: la casta, los ricos, los financieros internacionales (muchas veces judíos), los hombres de otro color, raza o religión. Jamás, jamás hubiese imaginado que volviésemos a caer en los mismos errores que en los años 30. Tanta pedagogía antinazi y ahí están, de nuevo, las banderas rojinegras, las cabezas rapadas, el odio. Se ha olvidado el gulag: ahí se ofrecen de nuevo la lucha de clases, el «arriba y abajo», la hagiografía del pobre legitimado para ejercer la violencia en nombre de una supuesta justicia. No aprendemos nada. Ilusos predicadores desearían una Europa blanca y homogénea culturalmente, cuando eso –entérense– ya no existe. Entre otras cosas porque los europeos no tienen hijos, han imposibilitado hace mucho la reposición generacional. Despertemos un poco a la cordura, por favor. Las pensiones y el trabajo los garantizarán los emigrantes ¿o es que alguien piensa que Alemania ha abierto sus puertas a un millón de sirios sólo por humanidad? Y no volveremos a los sistemas de bienestar de los años 70 y 80. El mundo globalizado trae mano de obra barata, robots, deslocalización y menos seguridades, una rápida evolución hacia el modelo norteamericano, lábil, adaptativo, flexible. Ni los viejos sindicatos de clase ni los populismos son una ayuda en este camino. Todos los rigorismos, empezando por los nacionalistas, nos sobran en esta travesía. El leitmotiv del «Brexit», por ejemplo, es «Protejámonos de los que nos roban, cerremos las fronteras, hagámoslo a nuestro modo». La misma convicción que mueve a Donald Trump y a Syriza, la que fomenta el voto a la ultraderecha alemana y a Podemos. Necesitamos recuperar las mejores raíces del continente, las que después de la Segunda Guerra Mundial nos acercaron unos a otros, franceses y alemanes, derechas e izquierdas, uniendo fuerzas con Estados Unidos para dar espacio a las mejores ideas y soluciones. Hay que abrirse, no cerrarse.
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