José María Marco

Agoreros, catastrofistas y estafadores

Es natural que la oposición no reconozca los logros del Gobierno. Nadie va a pedir a los socialistas que aplaudan la labor del Partido Popular. Otra cosa es que los socialistas, con un empecinamiento infantil y rabietudo, se empeñen en sumarse a la manifestación permanente de los muy variopintos grupos y grupúsculos de la oposición que aspiran a acabar con el bipartidismo, pero no a gobernar. En vez de eso, el PSOE podía ensayar algo distinto, por ejemplo, postularse como único partido de gobierno fuera del PP... Claro que eso requiere asumir responsabilidades, y a veces incluso mancharse un poco la blanca camisa, tan radical. Ser un partido de gobierno, aunque sea en la oposición, también requiere tener cierta capacidad para percibir la realidad. El PSOE no tiene por qué reconocer que en estos tres años se ha salido de la crisis sin tocar nada sustancial del Estado del Bienestar. Otra cosa, sin embargo, es que el PSOE se dé por enterado de lo que está ocurriendo delante de sus narices con tantos años de retraso como los que tardó en percatarse (ah, las llamadas de Obama y de Xi Jinping...) de la existencia de la crisis. Un partido que aspira a gobernar España no puede hacer gala de desajustes tan serios de la percepción. A nadie le extrañará que la gente se ponga a votar otros grupos, menos miopes.

Finalmente, es cierto que en España existe desde hace más de un siglo una actitud según la cual nuestros problemas son de orden metafísico. Los problemas españoles no se arreglan con realismo y racionalidad –también realismo y racionalidad política. Sólo tienen arreglo si se tira abajo el sistema y se vuelve a levantar otro... más acorde con quien formula el diagnóstico, ni que decir tiene. Es mucho más divertido, permite posar de pesimista lúcido–, algo que los tontos consideran sexy y, sobre todo, permite abstenerse de cualquier acción. Qué mejor destino que volver a entonar los grandes lamentos regeneracionistas sobre nuestro pobre país...

Pues bien, estando esta actitud todavía muy viva en nuestra sociedad, también es verdad que los españoles la abandonaron, en la práctica, hace mucho tiempo. Se despotrica de España y de «este país», pero luego se trabaja con la seriedad de quien sabe que el futuro depende de uno mismo, no de los demás. Esa disposición contribuye a explicar por qué en estos tres años el país se ha dado la vuelta y, de estar al borde de la quiebra, ha pasado a ser una de las economías más dinámicas de la Unión Europea. No comprenderlo es no comprender la sociedad a la que se aspira a gobernar, ni ver hasta qué punto quienes se han esforzado por salir adelante, como sus padres y sus abuelos, sacaron adelante el país en condiciones aún más difíciles en los años setenta, en los sesenta y en los cincuenta, no van a estar dispuestos a ver su trabajo echado a perder por unos agoreros que, una vez diagnosticado el apocalipsis, prometen el paraíso del todo gratis a la vuelta de la esquina.