José Luis Alvite

Al fondo de la ratonera (III)

Al fondo de la ratonera (III)
Al fondo de la ratonera (III)larazon

En el retrete regurgitaba la cisterna y en la barra del bar sólo quedaba ella, una mujer de casi cuarenta años, rubia como cualquier morena, sentada en su taburete, el codo apoyado en el mármol, la copa en la mano y un cigarrillo ardiendo en el cenicero con un humo lento que se descompuso como un sauce con el rebufo al pasar cerca el barman. Escribí una nota en el posavasos de papel y soplé suavemente hasta deslizarlo al alcance de su mano: «Sé que no eres de aquí. Paró de llover a mediodía y llevas puesto el chubasquero. ¿Te importaría que esta noche fuese por mí por quien finges que no esperas?». Le hice llegar entonces mi bolígrafo y ella me devolvió la nota franqueada con su letra en el reverso: «Nunca quise ser del sitio en el que estoy. En realidad espero por un hombre con el que me cité a esta hora en otra parte. Mañana tendría que viajar a un lugar al que no deseo ir.¿Sabes de algún sitio sin pretensiones en el que pueda dormir tanto que pierda el tren?». Le planté fuego al posavasos y me ausenté al baño mientras la nota ardía en el cenicero con una llama en cuclillas que parecía una dalia azul. Ya no estaba ella cuando volví a la barra. El barman me entregó un mensaje suyo: «Querría contarte muchas cosas, pero no tengo la letra tan pequeña. Me he ido porque llevo puesto el chubasquero y parece que vuelve a llover. Hay una fonda barata al doblar la esquina. Soy una madura belleza sin dinero. ¿Quieres ser en mi camino el obstáculo inesperado que me ayude a perder el tren?». Y salí a la calle bajo la lluvia y di con ella en la penumbra de aquella fonda barata. Me resultó una mujer irresistible. Ella dijo que no quería nada, pero, ¡qué demonios!, reconozco que la suerte de no pagarle me costó dinero.