Julián Redondo
Al Mundial
Toda la afición de casa en la casa del Hércules concentrada en la fiesta del fútbol en Alicante. Algún albanés desperdigado en el repleto Rico Pérez, que hace dos años también vibró con la Roja. Repaso entonces a Inglaterra (2-0) con un denominador común, Piqué, centro de atención indeseado. Cansa tanto pito, como hartan las meteduras de pata. Hace dos años le silbaban más por sus ataques al Real Madrid que por reclamar el voto, siempre por encima de la Ley. Es el matiz. Juega España y su indiscutible titularidad, como no podía ser de otra manera, sirve de amargo desahogo. Sentimiento maligno, mezcla de rabia y de odio que al llegar la pelota a Piqué explota como fuegos de artificio en la Noche de San Juan, como un castigo. El público, esa parte de público que no perdona a quienes causan angustia, dolor, resquemor y ruptura, se ceba con quien haría lo posible por evitarlo, si fuera tan sencillo organizar un plebiscito sin sangre y amparado por la Constitución. Otro matiz. No obstante, el fútbol que todo lo puede se desliza majestuoso y mágico por el césped y absorbe el graderío.
La España de Lopetegui, con Piqué y con Ramos, con Isco, Silva, Saúl y Thiago, invade el campo de Albania y se aísla de las protestas que persiguen al compañero, por los compañeros protegido. España es mucho mejor, ya había ganado media docena de veces a este combinado que Panucci trata de elevar por encima de sus posibilidades. No es rival para los prestidigitadores españoles, que juegan con soltura, presionan arriba, corren, embelesan y persiguen la victoria conscientes de que el triunfo les sitúa en la T-4 camino de Rusia.
España ya está en el Mundial del 18. El empate de Italia ayer ante Macedonia clasifica matemáticamente a la Roja. Esto es la DUCA (Declaración Unificada de Calidad Acongojante) fruto de la ley del máximo esfuerzo. Gana España, con goles prodigiosos, obras de arte. Sobra la DUI.
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