Paloma Pedrero

Algo huele...

La Razón
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Si yo fuera Shakespeare diría que algo huele a podrido en Europa. Algo huele a podrido en este llamado mundo civilizado y feliz en el que estamos dejando a miles de refugiados sin refugio. Yo también siento vergüenza. A veces de mí misma cuando me veo meter la cabeza debajo del ala y dedicarme a defender mi pequeño y triste paraíso. Porque cuando lo que te rodea está lleno de dolor y hambre no hay felicidad posible. Porque, aunque no seamos conscientes, los seres humanos estamos conectados por lazos inexplicables e, incluso sin vernos ni oírnos, nos sentimos. Hay una especie de justicia divina que nos transforma el ánimo cuando a nuestro alrededor hay injusticia. Y yo siento esa injusticia, esa desigualdad, ese embrutecimiento en mi propio nido. No sé qué está pasando en las casas, en la escuela, en el parlamento, en los juzgados, en las televisiones, en las calles, en el mundo; sólo sé que cada día percibo menos sensibilidad y conciencia. Quizá uno de los motivos haya sido la profusión de máquinas inteligentes con las que nos relacionamos con dependencia. Internet, las redes, los mensajes continuos, la información desbocada, el embaucador universo de lo virtual, nos están robando la memoria y el pensamiento. Nos hemos quedado sin tiempo para crear. Para hacer cosas bonitas que nos conecten con el alma. Cosas como pintar, escribir, cultivar, cocinar, construir, cavilar y hacer tareas que den frutos, frutos para regalar a los otros. Ahora, como miopes, apenas vemos de cerca, nuestro móvil por ejemplo, y no distinguimos lo que hay un poco más allá. Es todo tan superficial en la política, en la tele, en la vida. Es tan superficial que duele. Y huele muy mal.