Cristina López Schlichting

Amor romántico

E s el calor, supongo, pero hablo mucho de amor, hasta con los taxistas. Me pregunto por la epidemia de divorcios y separaciones. Y he llegado a la conclusión de que la culpa la tienen Byron, Goethe, Balzac y Bécquer, una sarta de imbéciles que elevaron el impulso erótico a la categoría de amor. ¿Cómo es posible identificar la pasión que desata una melena rubia en un jardín de noche con el amor? Pues esa tontería del romanticismo ha ido minando la sabia tradición del matrimonio por sentido común, hasta llevarnos al altar cada vez que aprietan los genitales. La versión popular de Schiller son los hermanos Grimm, con sus cuentos sobre príncipes azules o sus apuestas por el beso como solución a los problemas. Este curso que acaba he conocido dos arquetipos de amor, el de la boda concertada y el del flechazo. Ana Obregón es este último, y me ha encantado conocerla. Como mucha gente, la juzgaba mal e imaginaba frívola y casquivana, nada más alejado de la estupenda persona que es. Ana es la romántica por excelencia, se enamora hasta las trancas y sin rebozo y cree de veras que la relación con un novio veinte años menor es perfectamente posible porque «el amor no tiene leyes ni conoce fronteras». En las antípodas estaba un joven indio que vivía en los Estados Unidos y conocí en un vuelo. Tenía carrera universitaria, un negocio floreciente y, cuando llegó el momento, viajó a la India y se puso en manos de su familia y una casamentera. «Buscan una joven de edad adecuada, nivel cultural y social similar, proyecto vital compatible, principios idénticos y hasta horóscopo idóneo y te la presentan. No suele fallar», me explicó. Llevaba diez años felizmente unido. Sé de sobra que la estabilidad conyugal oculta a menudo malos tratos, abusos y hasta violaciones, pero esto no mina mi convicción de que el romanticismo nos ha restado sentido común. Tenía un amigo, un campesino castellano mayor, que recibió la petición de una jovencita moderna de aprender a trillar con él. Me lo contó indignado: «Jamás iría al campo con ella... ¡estoy casado! ¿Y si me diese un apretón?». Creo que mi amigo sabía que la felicidad no es tenerlo todo en esta vida, sino un sano equilibrio entre lo que uno desea y lo posible. Una cariñosa convivencia es un valor más interesante que una pasión efímera. Me parece paradigmático que Rousseau llenase los orfanatos de Francia con sus propios hijos abandonados. El amor romántico es una idolatría pagana.