María José Navarro
Aplicaciones
Amigos y amigas: todos los colgaos del globo terráqueo ya tienen la posibilidad de acceder a una aplicación de móvil para ligar. Sé que es un tema espinoso pero alguien en este periódico debe ocuparse de los asuntos complicados. Y esa soy yo. Bien. El caso es que esta aplicación puede contactarte con cualquier persona a la que hayas echado un ojito, siempre que haya sido en sitio cerrado. Lo normal es que esto suceda en un gimnasio, ese averno contemporáneo y donde no me van a pillar a mí así tuviera necesidad de ahorcarme de cualquier pino. Sigamos. La aplicación te la descargas, haces una fotito del susodicho o susodicha en el paisaje y ella se encarga (siempre que la parte contratante también tenga el acierto de llevarla en su dispositivo telefónico) de comentar a ambos que hay tilín del bueno. La aplicación es francesa, hijos míos, con lo que con esto ya estaría explicado todo. A partir de este instante ya podríamos relajarnos y comenzar a hablar mal de los vinos, los quesos y la comida (regulero todo) de esta gente que nos ha tocado encima de vecino y que es muy pesada. Es francesa, dejémoslo ahí. Varias preguntas. ¿Dónde quedó el acodarse en una barra y esperar hasta entrar a alguien? ¿Dónde, la primera conversación tímida y torpe y a la vez encantadora? ¿Ya no se lleva tampoco hablar? ¿No se lleva meterle un papel con tu teléfono a un chico en el bolsillo trasero del pantalón? Esto lo sé de oídas porque yo no tengo pasado, amigas. Resumiendo: mal. Mal porque es francesa. Mal porque descarta conversaciones. Y mal porque induce a la infidelidad. Las dos anteriores son horribles.
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