Martín Prieto

Artur Mas, hacia su martirologio

En los primeros nubarrones de nuestra ominosa Guerra Civil (la última de las muchas que hemos tenido) el general Goded se hizo fácilmente con las Baleares y, recibiendo noticia de que los anarquistas hacían fracasar la rebelión en Barcelona, tomó un hidroavión rumbo a la incertidumbre de la Ciudad Condal. El mismo día de su llegada se rindió por radio ante la desproporción de fuerzas. En el buque-prisión «Uruguay», le formaron consejo de guerra sumarísimo siendo en justicia condenado a muerte en el castillo de Montjuic. Cuatro años después, bajaba al mismo foso Lluis Companys, quien pidió descalzarse para morir pisando con los pies desnudos tierra catalana. Décadas después, el alcalde barcelonés, José María de Porcioles, visitó a Franco como peticionario: «Excelencia, los barceloneses miran hacia Montjuic con prevención, como algo amenazante; ¿por qué no le regala el castillo a la ciudad?». Como siempre, el general no dijo nada pero al día siguiente ordenó a su ministro del Ejército que transfiriera la fortaleza a la ciudad. Hicieron un parque. Sé que los juicios de intenciones son una grosería intelectual, pero resulta irresistible contemplar a Mas y no advertir su acusada pose de la estatua que aspira a ser tras alcanzar alguna suerte de martirologio. Aznar es tan obvio que hay quien no le entiende cuando pide aplicar la Ley al que la vulnere. Eso para Mas es anticuado, pasado de moda y desfasado, tal como el vestuario y el peinado del Molt Honorable. Lamentando la frustración de sus aspiraciones a los altares sacrificiales, nadie va a meter en la cárcel a Artur Mas, a menos que le sorprendan in fraganti con la pistola humeante en la mano, como nadie va a ponerle una mano encima a menos que sea uno de esos mossos que la tienen demasiado larga. Jamás se repetirá la parafernalia cainita de los fosos de Montjuich. En el colmo de la maldad podríamos obsequiar a Mas con una confortable villa en Tarragona, por ser la provincia catalana menos secesionista. No habrá estatua, aunque eyecte heroicamente el mentón. Ni siquiera bajorrelieve.