Real Madrid
Autocrítica
Son tantos partidos cada semana que el fútbol cede a la avalancha y pierde la memoria. Prima la inmediatez sobre el análisis y la soberbia desplaza a la autocrítica. A Sergio Ramos, que ni por el gol de la Décima le aprecia un sector del madridismo, le penalizan determinadas acciones, esos penaltis absurdos o esas tarjetas por exceso de testosterona. La corrección de los errores con goles no es balsámica... hasta que quienes le enjuician por su escala laboral –diez millones netos por temporada, el jugador mejor pagado del Madrid después de Cristiano y Bale– comprueban que sin él la defensa es peor, y deplorable el comportamiento de sus compañeros, ninguno de los cuales tuvo el detalle de acercarse a sus contados aficionados en el Estadio del Ejército Polaco al final del bochorno. Merecían un guiño, un saludo desde la banda que seguro que Sergio habría provocado. Y una explicación por el triste empate. No hay otra que la desintegración del núcleo, es decir, del equipo, tras la consecución del 0-2.
Keylor Navas, que no ha parado de encajar goles desde que reapareció –son ya diez los partidos consecutivos en los que el Madrid ha recibido por lo menos un tanto–, al ser preguntado por la fragilidad de la defensa extendió el calificativo al resto del grupo, desentendido de la obligación de defender. En Varsovia, Benzema y Bale se implicaron en esa tarea al principio; Cristiano, ni eso. Luego, como el resto, se distrajeron y el Legia vio una luz que no imaginaba ni en sus mejores sueños. Si el equipo se rompe hay que recomponerlo, no acelerarlo; ajustarlo, no dividirlo; mezclarlo, no disolverlo. Zizou, dos títulos en diez meses de gestión, tiene trabajo. Que espabile para que le dejen hacerlo.
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