Rosetta Forner

Autonomitis aguditis

Cuando no se trata a todo el mundo igual, acaban por crecer las suspicacias, los malestares y las inflamaciones diversas, y más si se combinan «crisis de identidad» y «deudas histéricas». Las desigualdades nunca están justificadas cuando de los ciudadanos se trata: una auténtica democracia no desfavorece ni desiguala. Es más, los favoritismos acaban siempre por pasar factura a quien los practica. En España la democracia está enferma –tiene patologías diversas–, lo mismo que la Constitución tiene un serio problema de neurosis ya que del dicho al hecho hay tanto trecho que «cualquier parecido con lo escrito en la Constitución es pura coincidencia». Que los ciudadanos somos iguales ante la ley no es verdad en la práctica, y como decía aquel: «obras son amores, y no buenas razones». En una escuela, si una maestra da caramelos o un «aprobado» a aquellos alumnos que le caen bien o de cuyos padres quiere conseguir «favores», no sólo estará menospreciando y faltando al respeto a aquellos que denigra por no incluirlos en el reparto, sino que, además, ella mostrará claramente que su ausencia de liderazgo y mandazgo la lleva a buscar caminos de contemporización que acabarán por crearle un motín en clase cuando no una batalla campal entre los alumnos: unos por creerse con patente de corso –y no querer perder posiciones privilegiadas–, y otros por estar hasta los mismísimos cuadernos del agravio comparativo y la displicencia con que les obsequian. Las diferencias sólo traen conflicto. Al final, nadie está contento. Padecemos «separatitis aguditis», y eso es fatal para la unidad de España. La unión hace la fuerza, ahorra, rentabiliza e iguala asertivamente. Prefiero pagar un 25% (Francia), si con ello dejo de sentirme extranjera en mi país, o ciudadana de segunda según donde esté. Como regalo de Reyes me pido la tarjeta sanitaria única.