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Azafatismo

La Razón
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No es edificante la imagen de una señorita sujetando una sombrilla o un paraguas junto al piloto de Fórmula Uno o el de motociclismo. ¿Lo sería si el sujetador, con perdón, fuera un señorito? El caso es que la F-1 ha decidido retirar a las azafatas y se ha unido a otras pruebas deportivas que las han bajado del podio, o que las han sustituido por azafatos. El empleo puede ser tan denigrante, o no, para ellas como para ellos.

Cuando la Vuelta siguió el ejemplo del Tour Down Under australiano, contrario a esa «práctica machista», optó por alternar chicas y chicos en el protocolo. El Tour sigue fiel a la tradición y la elegancia en el podio continúa siendo distintivo de la carrera. Sus azafatas son ejemplo de estilo y buen gusto en la indumentaria, precisamente lo más repudiable de alguna de estas ceremonias, donde el espectáculo sexista abochorna. Precisamente en la Vuelta, Domingo García, enviado especial de LA RAZÓN, hizo una encuesta entre las azafatas, y todas, sin excepción, consideraron la suya una profesión muy digna y ninguna se sentía utilizada. A la hora de tomar decisiones, tampoco estaría de más contar con ellas.

Dice la escritora francesa Catherine Millet que «hay que dejar de creer que la mujer siempre es una víctima y que todos los hombres son unos cerdos». Las palabras de Millet no son dogma sino opinión, y ya se sabe que para gustos, los colores. Demonizar el azafatismo no es la solución; pero es justo suprimir los baños de champán en los podios y necesario abrigar a las chicas que tienen que enseñar el ombligo aunque se pelen de frío. Decencia, valores y sensatez.

Las medidas, que sean justas, y los reproches, congruentes. Hay que huir de la demagogia, de tipos como Puigdemont, que defiende la privacidad de sus «guasaps» después de desencriptar el censo de Cataluña para celebrar un referéndum ilegal. Seriedad... Y libertad sin ira.