Alfonso Ussía

Bésame, Pablo

La Razón
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Los dirigentes masculinos de «Podemos» se besan mucho entre ellos. Se besan en la barba. Debe tratarse de un saludo progresista, y tiene que resultar agradable. Voy a probarlo por curiosidad. Tengo muchos amigos con barba, pero debo elegir bien y sin precipitación a uno que se deje besar. El poeta salvadoreño Omar Fontefría falleció sin conocer el beso barbado, como es mi caso. Cantó su frustración en un bello verso: «Jamás barba me besó, ni jamás barba he besado». Precioso alejandrino.

El beso familiar no me ha ayudado. Ni mi padre ni mis tíos se dejaron la barba. Y los besos que dí y me han dado han tenido otras intenciones. Quizá, pero no lo recuerdo bien, he podido besar una barba en situación incipiente, de emergencia medida. La de mi tía bisabuela Dulce Nombre de María, que falleció centenaria. La tía Dulce Nombre de María –no admitía abreviaturas– empezó a experimentar el crecimiento de la pelusilla a partir de los noventa años. De la pelusilla pasó al bigote, y de éste a la barba sutil en el mentón. Le solucionó el problema un amigo de la familia, el gran madridista Juanito Padilla, propietario de una perfumería muy anunciada en las retransmisiones por radio de los partidos del Real Madrid: «Aféitese la barbilla con máquinas de Padilla». Mano de santo. La tía Dulce Nombre de María recuperó la suave turgencia de su piel. No obstante, si la besé antes de afeitarse –que no lo recuerdo–, era barba de mujer.

Lo asume el Refranero: «Galán que a conquistar doncellas vas, cuando cuentes con su boca, contarás con lo demás». No eran tontos los antiguos. En la despedida de una carta a su Josefina del alma, Napoleón le dice: «Te envío un millón de besos... Nunca me he aburrido tanto como en esta miserable guerra». Lo escribió en plena batalla en 1797, en la campaña de Italia. El gran Juan Valera, que además de excelente escritor fue secretario particular del rumboso duque de Osuna durante su estancia en San Petersburgo, era un fresco que se aprovechaba de las situaciones. Lo narra en sus memorias: «Acerqué mis labios a su cara para enjugar su llanto, y se unieron nuestras bocas en un largo y profundo beso». Está claro que a ella también le apetecía. Y Becquer, como es obligado: «Por una mirada, un mundo/, por una sonrisa, un cielo;/ por un beso... ¡Yo no sé/ que te diera por un beso!».

Un líder como Pablo Iglesias está obligado a besar también a los hombres con barba, pues en caso contrario no podría presumir de ser de izquierdas. Los besos en las barbas, si éstas son juguetonas, pueden terminar en el contacto labial, aunque efímero sea. Amado Nervo no establece diferencias entre unos besos y otros: «Amar; eso es todo;/ querer; todo es eso./ Los mundos brotaron/ al eco de un beso».

He comprendido, viendo la fotografía que inmortaliza el beso compartido por Pablo Iglesias y su compañero parlamentario Raimundo Viejo, que soy un intolerante. Y me apresuro a prometer un cambio radical en mi actitud. Dejaré que crezca mi barba y sólo besaré de ahora en adelante a quienes barbas me ofrezcan para el ósculo. Besar a una mujer es de derechas, y en mi opinión, abiertamente antifeminista. Este nuevo mundo que nos trae «Podemos», en los que el terrorismo se tiene que combatir con miradas de amor y amplias sonrisas, merece nuestro esfuerzo. Hay que besar barbas, tupidas o escasas, rubias o morenas, e incluso pelirrojas, que son las barbas que ofrecen mayor dificultad porque la mayoría de ellas están en Irlanda y Escocia. Esos besos son los del futuro. Sólo cuando los ministros de un Gobierno de España se besen públicamente, caminaremos por el sendero del futuro. Y están a punto. ¡Bésame, Pablo, Vicepresidente!