Alfonso Ussía

«Black is Black»

No soy usuario habitual de tarjetas de crédito. Mi antigüedad mental me recomienda los pagos en efectivo. Por otra parte, las temo. En alguna ocasión me las han rechazado, siempre con la amable justificación del deterioro de la banda magnética. Cuando en un establecimiento comercial, una agencia de viajes o un restaurante, el receptor de la tarjeta nos comunica que no puede procederse al cargo por algún defecto en la banda magnética, nos está diciendo en realidad otra cosa mucho más grave: «Esto no funciona porque usted está más tieso que la mojama». En cierta ocasión, Antonio Mingote, que era un gran distraído, se quedó con la Visa en la mano y entregó para abonar la factura de un restaurante la Tarjeta Sanitaria de la Comunidad de Madrid. El camarero se comportó con distinguida profesionalidad: «Don Antonio, en este restaurante no nos permiten, y mucho lo lamentamos, despachar medicamentos».

Para evitar incidencias en la banda magnética, los hay que llevan una decena de tarjetas en su cartera. Sucede que la banda magnética sólo se resiste a funcionar con serenidad cuando la cuenta corriente del poseedor de la tarjeta responde con sus fondos a la intención de pago, o el margen de crédito no ha sido superado. Si no hay dinero o el uso del crédito se ha excedido, lo mismo da una tarjeta que diez, porque todas tendrán estropeada la banda magnética. En el mundo del dinero de plástico sólo existe una banda magnética que jamás ha fallado. La de las tarjetas «Black» de Cajamadrid. La conocida, como aquella canción de los años setenta del pasado siglo, «Black is Black».

La «Black is Black» no solo garantiza –o mejor, garantizaba–, la siempre encantadora disposición a no fallar y ser admitida en todos los establecimiento habidos y por haber; la «Black is Black» tenía la virtud de la generosa dejadez. No cargaba las facturas en las cuentas corrientes de sus portadores, sino en los fondos de una entidad bancaria que los asumía en su totalidad. Se trataba de una tarjeta de crédito simpatiquísima que hizo felices a sus poseedores durante la brillante gestión de Miguel Blesa al frente de Cajamadrid, si bien tres de sus consejeros o altos directivos, gozaron de su simpatía con mayor margen que el señor Presidente, que tan sólo, y a pesar de su fundamental importancia, dispuso de 436.688 euros. Una cantidad modesta si la comparamos con la manejada por un director general, Ildefonso Sánchez Barcoj –575.070 euros–, el militante obrero José Antonio Moral Santín – 456.522 euros–, o el Director de Organización de la Caja, Ricardo Morado, que entre organización y organización se pulió 450.800 euros. Ese detalle, el de permitir que tres inferiores usaran la «Black is Black» con más desahogo que el propio Presidente da a entender hasta qué punto el señor Blesa ejercitaba la modestia y la humildad en sus compras, viajes, comidas y disposición de euros en efectivo. Las buenas acciones y la medida y control en los gastos son virtudes que hay que reconocer.

Sorprende en un principio, si bien no tanto como podría haber sorprendido años atrás, que los representantes de los sindicatos en la cúpula de la Caja, también la usaran sin recato y sin fallos en la banda magnética. El compañero Francisco Baquero, de Comisiones Obreras, persona de pulida cortesía, dedicó 2.764 euros de los 266.400 que se gastó, en floristerías. Y el también compañero de CCOO Rodolfo Benito, se hacía los trajes a medida en «Yusty», mi vieja y formidable sastrería que he tenido que abandonar por no poseer una «Black is Black». El sindicalista incendiario de UGT, Ricardo Martínez, más modesto, adquiría su ropa marginal en «Bimba y Lola», «Cortefiel» y «Massimo Dutti».

Y con la banda magnética siempre en perfecto estado de revista.