Presidencia del Gobierno

Borbonear y reinar

La Razón
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Aunque la Real Academia Española no admite el verbo borbonear, todo el mundo sabe lo que significa. La cosa viene de antiguo, aunque su uso se generalizó con Alfonso XIII. Javier Moreno Luzón en su biografía del rey y Jorge Martínez Reverte hablan –refiriéndose al palabro– de ventajismo, falta de visión de largo plazo, de regate en corto, e incluso de la manipulación de voluntades que caracterizó el reinado de Alfonso XIII en su intento de «dominar la política española».

Pero si el borboneo ha existido en la reciente historia de nuestro país ha sido por una razón obvia: la concentración de poder en unas únicas manos. Hasta que las cosas cambiaron.

Y es que las democracias tienen sus normas y lo más opuesto al reparto de poderes siempre ha sido el excederse en las funciones, la manipulación, y la camarilla.

Si me he remontado al pasado para analizar el inmediato futuro es porque muchos han visto en la reciente actitud de Felipe VI algo muy diferente a lo que esperaban. Y lo que esperaban era el borboneo, el adquirir protagonismo y manipular a unos y otros aprovechando las consultas que el Jefe del Estado lleva a cabo gracias a sus prerrogativas constitucionales.

A decir verdad no sólo lo esperaban, sino que se sintieron defraudados cuando el Rey propuso a Pedro Sánchez como candidato a la presidencia del Gobierno. Pensaban que la retirada de Rajoy necesariamente implicaba la convocatoria de nuevas elecciones; pero Felipe VI decidió ceñirse a su papel y cumplir con cada uno de los pasos que la Carta Magna señalaba. Y propuso al secretario general del PSOE. Y pasó lo que pasó, pero nadie podrá reprocharle jamás su parcialidad o que hiciera una interpretación torticera de la Constitución. Y eso que Patxi López tampoco ayudaba mucho...

Pero las cosas son ahora distintas. Y lo son por dos motivos: los españoles han vuelto a hablar y –segundo– porque los resultados son diferentes a los del 20 de diciembre. Me dirán que el PP sigue sin sumar los apoyos necesarios para la investidura de Rajoy –al menos de momento–, y tienen razón, pero el apoyo electoral que han recibido los partidos ha sido distinto y, por ello, es necesario actuar en consecuencia.

Así las cosas, las miradas se vuelven de nuevo al mismo sitio, a la Jefatura del Estado, a pesar de que las cosas en este aspecto,siguen estando en el mismo sitio. ¿O no? Pues tampoco. Los partidos políticos han recibido una advertencia en las elecciones. Ya no se trata de primar o señalar a los partidos tradicionales y distinguirlos de los emergentes: el castigo se ha repartido. Y se ha repartido porque han sido precisamente los emergentes, Podemos y Ciudadanos, los que han retrocedido –en el primer caso por la suma que no suma con Izquierda Unida– y en el caso de los tradicionales, PP y PSOE, porque uno ha crecido y el otro no. Podrían sacarse muchas lecciones de los resultados del 26 de junio, pero el más claro es que los electores han castigado a aquellos que no han propiciado acuerdos reales de gobierno.

¿Y sigue estando el Jefe del Estado donde estaba? Pues sí, pero con matices. Es verdad que su papel no ha cambiado. La Constitución, tampoco. Y Felipe VI no es como Juan Carlos I, un rey venido de la dictadura que ostentó grandes poderes que eliminó luego la Constitución. Felipe VI sólo heredó democracia y es rey gracias a la Constitución. Quizá por eso el Monarca tampoco borbonea como su padre: no tuvo que aceptar una Carta Magna, no tuvo que parar un golpe de Estado, no tuvo que transformar una dictadura en democracia De hecho, sus dos años en el trono que acabamos de cumplir se han caracterizado por no intervenir, por no llamar por teléfono, ni siquiera cuando su propia hermana estaba siendo juzgada de manera discutible y por una acusación particular en entredicho. El Rey es consciente de que está a prueba y por eso siempre ha dado un paso atrás allá donde su padre descolgaba el teléfono o llamaba a consultas a Zarzuela.

Los que trabajan con él dicen que «no es su carácter», pero tampoco es ésta una cuestión de carácter. Sabe que algunos partidos políticos no se lo perdonarían, y los que le rodean se lo recuerdan una y otra vez. La prudencia de su equipo tiene mucho que ver con la invisibilidad que mantienen en los medios de comunicación. Nunca un jefe de la Casa del Rey como Jaime Alfonsín había sido tan poco conocido y tan poco protagonista, sobre todo si le comparamos con sus antecesores. ¿Y eso es malo? De ninguna manera.

Algunos que han trabajado en la Casa lo tienen claro: «Esta vez el Rey debe intervenir; debe conseguir un consenso entre los partidos. Debe empujar el acuerdo. No puede permitir nuevas elecciones. Es lo que los españoles necesitan, y él podría propiciarlo». Y añaden: «Su padre ya lo habría hecho, incluso en febrero, cuando los pactos necesitaban ayuda».

Pero el Rey –créanme– no lo va a hacer. Y no porque cada despacho con él sea retransmitido en rueda de prensa a los pocos minutos, sino porque no puede hacerlo. ¿Pero ayudará? «Lo que pueda: eso también se verá». Pues veremos. O eso esperamos los que pensamos que la monarquía sigue siendo útil para nuestro país.